Pasamos la tarde en la parte nueva de Delhi donde está el palacio presidencial y los edificios de la administración. Es una avenida
gigantesca con edificios emblemáticos y majestuosos a ambos lados y ¡CESPED, mucho CESPED! ¡Verde y regado! Es la primera vez que
lo vemos después de tres días en la ciudad. Es un paseo agradable y el contraste con “la vieja Delhi” es notable. Hay aceras
anchas y hasta fuentes, mucho menos tráfico y sólo coches pues los demás vehículos no pueden entrar, con lo que no se escucha tanto
ruido. Hace mucho calor pero hay verde y estamos más fresquitos. En la entrada del palacio hay una bonita verja y muchos monos que
deambulan tranquilamente por los jardines.
Al llegar a casa tendríamos otra sorpresa. Estábamos con los PCs tumbados en la cama cuando de repente cae sobre la sábana una cucaracha
voladora negra como el culo de un grillo y de unos seis centímetros de largo por dos de ancho. Damos un bote fuera de la cama y Amaya
corre por toda casa hasta la cocina. Al final Luis la atrapa y la tira al váter. ¡Qué grande era la condenada!
Salimos a comprar algo para preparar una cena española a Michael. Aunque parezca mentira en los supermercados es difícil encontrar
productos tan básicos como leche, huevos y pan. Tampoco hay carne ni pescado. La leche la distribuyen como antiguamente en recipientes
de aluminio, pero sólo de ver el color, se te quitan las ganas. La carne se vende en cuchitriles que parecen más un mataderillo que
una carnicería. No hay ni un frigorífico y lo normal es ver la mercancía encima de una mesa de madera con las piezas recién destripadas
y un montón de moscas alrededor. Las pollerías tienen a un lado las jaulas con las gallinas vivas y al otro un indio en cuclillas
desollando a otras y preparándolas para la venta. Las vísceras amontonadas en el suelo mientras perros, pájaros y a veces ratas pelean
por el festín.
Volvemos a la casa y cocinamos una tortilla de patata y pan Tumaca. ¡Hmmmmm!, la cena nos sabe a gloria y ¡NO PICA!
Estamos preocupados porque, aunque estamos a dieta y hace ya 48 horas que no vomitamos, seguimos descompuestos y nos duele a veces
la barriga. Todavía nos sentimos débiles y desganados por lo no parece que la causa sea la comida del restaurante, sino algo más.
Los adultos empezamos a tomar Triorfan para la diarrea, pero a las niñas no les podemos dar así que siguen a dieta.
Como estamos muy ambientados, vemos en el ordenador la película hindú “Slumdog Millionaire” que ha ganado nada menos que ocho Oscars
entre ellos a la mejor banda sonora. Aunque con cierto tinte americano de final feliz y trama de Hollywood, la parte de la infancia
del protagonista nos parece muy conseguida. Sólo le faltan los olores y quitarle un poquito de glamour pero lo que se muestra es bastante
real.
7 de abril Viaje al Ganges, el río sagrado
Hoy volamos a Varanasi (Benarés) para ver el Ganges y sus famosas cremaciones y baños purificadores. De casa al aeropuerto hay
unos veinte kilómetros, pero se tarda una hora y media. Nos lleva un taxista amigo de Mike en algo que parecen cuatro latas soldadas
con ruedas, pero que aguanta atascos, colas y algún que otro choque.
Una vez en el avión el olor a humanidad es indescriptible. La mitad van con turbante y la mayoría con pinta de no haber visitado la
ducha en días. Como será la cosa, que antes de salir del avión, las azafatas recorren el pasillo fumigando con unos sprays desinfectantes.
Sin que haya parado aún el avión ya hay competición para ver quién sale primero. Cuando nos toca a nosotros Luis se vuelve y les grita
a los de detrás que dejen de empujar porque ya no podemos más.
El aeropuerto de Varanasi es una caja de zapatos. Cogemos el equipaje y tomamos un taxi típico de aquí de la marca “Tata”. Son antiguos
pero muy pintorescos. El conductor lleva turbante y nos sentimos como en la película de “El paciente inglés” Por supuesto tiene un
hermano, un primo y media familia metida en el negocio del transporte de turistas. Tenemos reserva en El Radisson a muy buen precio.
Es un oasis de mármol, moqueta, aire acondicionado y piscina. El trato es exquisito. Comemos, descansamos un poco y al atardecer vamos
en el tuc-tuc del hermano del primo del taxista a ver el Ganges que está a unos 15 km, es decir una horita. Y más de lo mismo, tráfico
imposible, pitidos, vacas, motos, perros…..y estamos a unos treinta y siete graditos.
Krishna, nuestro guía-conductor de tuc-tuc tiene cara de bonachón, es muy simpático y un tanto charlatán. Se sabe de memoria algunas
canciones y trabalenguas en español y nos hace reír un rato. Nos pasa un librillo en el que tiene referencias escritas por turistas
anteriores. Es muy gracioso.
El camino hasta el Ganges, se va estrechando hasta que no caben ni las motos. Nos bajamos y caminamos por unas callejuelas donde al
andar hay que esquivar con cuidado la basura y las cacas frescas de vaca. Vemos niños monjes, ancianas con sus Saris, hombres en taparrabos,
de todo vamos. Al doblar una esquina y atravesar un pasillo por el que apenas cabe una persona, aparecemos en las gradas de los Ghats
del Ganges. Está atardeciendo apenas hay gente y Krishna empieza a relatarnos la historia de los Ghats.
Los Ghats son templos que fueron erigidos frente al Ganges hace cientos de años por los nobles y marajás de las distintas regiones
de India. Se dedican a tres funciones principales: la oración, la cremación y los ritos ceremoniales. El Ganges, pronunciado Ganga,
se considera sagrado y la madre de todos los hindúes.
Suponemos que en aquella época el río estaría limpio y saludable ya que hoy es una auténtica fosa séptica. Se supone que un agua saludable
para el baño no debe tener más de 500 bacterias por milímetro cuadrado, sin embargo el agua del Ganges tiene más de un millón y medio
y apenas tiene oxígeno. Y no es de extrañar, pues allí se vierten no sólo las cloacas de la ciudad si no también los residuos químicos
de varias factorías, sin contar con que además se lava la ropa, se echa la ceniza y los restos de las cremaciones así como los cadáveres
de embarazadas, bebés y animales que, según la tradición india, no necesitan de la purificación de la cremación para alcanzar el karma.
Pues en este “jardín de rosas” se bañan cada mañana y hasta dan un sorbito de vez cuando, cientos de personas para purificar su alma.
Los niños nadan y juegan en sus orillas sin pasarles aparentemente nada. Pero el caso es que la superficie, de color marrón oscuro,
es completamente opaca y te puedes encontrar flotando todos los tipos de basura que se pueda imaginar. ¡Da miedo de verdad!
Negociamos para dar un paseo en barca, pero se pasan con el precio por lo que decidimos dejarlo para mañana. A lo lejos se ven las
hogueras de las cremaciones y las luces de uno de los Ghats ceremoniales. Hacia allí nos dirigimos paseando por la orilla. En el camino
nos asaltan otra vez los niños que quieren hacerse fotos para verse en la pantalla de la cámara.
Vemos una cremación a punto de terminar que no impresiona mucho porque apenas se adivina donde está el cuerpo. Krishna nos cuenta
que la madera para las cremaciones es aromática y la traen en grandes barcazas río arriba. Las hay de muchas calidades y precios,
siendo la de sándalo la más cara de todas. Según Krishna, en las ceremonias de cremación no hay mujeres porque son demasiado emotivas
y arman mucho escándalo. Antiguamente cuando un hombre moría, la mujer acostumbraba a tirarse al fuego el día de su cremación. Afortunadamente
esta tradición no se ha mantenido.
En otro Ghat, comienza la ceremonia nocturna. Las barcas se arremolinan en la vertiente del Ganges para contemplar el espectáculo
en primera línea. Suena la música mientras un conjunto de novicios subidos a unas plataformas inician una danza ritual cuyos principales
protagonistas son el incienso y el fuego. Llevan trajes tradicionales hindúes combinando el blanco y naranja. Interpretan el rito
de la ofrenda moviendo al unísono unos incensarios y una especie de candelabros gigantes llenos de velas. Tras ellos, otros monjes
tocan unas campanillas sin parar lo que, junto al soniquete de la música de fondo, contribuye al éxtasis por atontamiento. La ceremonia
es muy vistosa y colorista. Se nos acerca una ancianita con una cesta llena de ofrendas con velas rodeadas de flores. Compramos dos,
las encendemos y las niñas se acercan a orilla del Ganges para pedir un deseo y dejar que la corriente se las lleve lentamente mientras
el fuego purificador de las ceremonias y las cremaciones se refleja en la superficie. Es la magia de India.
8 de abril Los monasterios de Sarnath
Sarnath es una villa cercana a Varanasi famosa por la diversidad de sus templos budistas de siete estilos diferentes según el país
de origen. Los principales son: el indio, el tailandés, el chino, el japonés, el birmano, el indonesio y el nepalí. Todos ellos diferentes
y con su encanto especial. Nuestro amigo Krishna nos hace de nuevo de guía y tras una hora de tuc-tuc rompehuesos llegamos a
Sarnath.
Nada más llegar, vemos como un montón de niños se acercan a vendernos cosas. Las niñas se interesan por unos tarritos con polvos de
colores en los que metes unos sellos y te imprimen distintas figuras sobre la piel. Tenemos un poco de prisa así que lo dejaremos
para la vuelta.
Entramos en el primer templo y sentimos alrededor una molestia continua, como una mosca de esas pesadas, pero no es una mosca, no;
es un crío muuuuuuy pesado que insiste en vendernos una piedrita tallada y que aunque le digas mil veces que no, te sigue y te persigue
bajando en tono bajito cada vez más el precio.
Nuestro amigo Michael trabaja en una ONG que ayuda a niños desfavorecidos. Sin embargo nos comentó que no es conveniente dar nada
a los pobres porque con ello se fomenta que mendiguen en las calles. De hecho hay orfanatos que atiendes a los niños pero por el día
les mandan a la calle a pedir. Amén de todos aquellos que caen en manos de alguna mafia (como en la película de Slumgdog Millionaire)
donde en ocasiones son mutilados para conseguir más dinero.