6 de mayo Hasta siempre Bali...
En la hacienda de café de Puerto Rico nos explicaron que la infusión de café fue un descubrimiento casual y fortuito: un pastor etíope
observó que cuando sus ovejas comían ciertas bayas se ponían como motos. Como en aquella época los únicos eruditos eran los monjes,
el pastor le llevó las bayas al de su tribu y le preguntó qué era aquello. Este último probó los frutos y pensando que sus efectos
eran demoníacos, los lanzó al fuego. Al rato empezó a oler un aroma embriagador e irresistible. Con los restos no se le ocurrió otra
cosa que echarlos al agua y mira tú por dónde le dio por probar semejante jarabe (y sin azúcar). Como le sentó muy bien, perfeccionó
el proceso hasta llegar a lo que hoy conocemos como el café, con leche, solo, con hielo, cortado, capuchino, etc, etc, etc….Y tiene
miga que al monje se le ocurriera beberse aquel líquido pero ¿Qué me decís del que probó a tostar los granos de café que había en
las cacas de su mascota? Por lo visto el proceso digestivo del animalillo hace que los granos del café fermenten transformando notablemente
su composición y dándoles un aroma y sabor muy especiales. Para el que esté interesado en probar semejante “delicatessen” el precio
actual es de unos 1.000 dólares el kilo.
¡Ala! ya sabéis, el cafecillo ese de buen aroma……
Por el camino vemos en medio de la calle una matanza de cerdo al más puro estilo extremeño. Es para celebrar una boda. Igualito que
la celebración de las bodas sencillas en Delhi que no os hemos contado. Van de comparsa por la calle con una especie de sombrillas
de colores de varios pisos, acompañadas del sonido de los tambores y charanga y petardos de todo tipo. Ketut nos cuenta que aquí ahorran
media vida para pagarse las bodas y los entierros…aunque no tengan para comer.
Seguimos nuestra excursión que nos lleva a los arrozales de Tirtagganga y al templo de Bangli con pequeñas pagodas esculpidas en la
roca a la ribera de un río. El caminito que tenemos que hacer a pie se las trae porque es bastante empinado para bajar y luego hay
que subir, claro. El paisaje no puede ser más de postal, unas terrazas de arrozales con palmeras altísimas, cielos de un azul imposible
y un personaje masculino con falda larga. ¡Anda, pero si es Luis! Como no te dejan pasar a los lugares de culto con las pantorrillas
al aire, nos tenemos que cubrir con la prenda número uno del viaje: el pareo. También nos hacen ponernos una cinta en la cintura que
no sabemos para qué es. Tampoco puedes entrar en estos lugares si estás en esos días del mes… Y dice Amaya... ¿quién va a saber si
una turista occidental está o no en esos días?
El lugar es muy mágico. Está escondido a la orilla del río y en las enormes paredes de roca que lo bordean hay esculpidos unos frontales
de algo que parecen templos. Además del calor y la humedad, hay silencio, sólo silencio, roto claro está vez por nuestras incansables
piquitos de oro, que no callan ni debajo del agua. Teníais que oír a Sara buceando…te lo cuenta todo por el tubo sin levantar la cabeza
del agua, la muy bruja.
Estamos más bien sudados y tenemos hambre, así que cogemos nuestra neverita del coche y nos tomamos el consabido picnic en una terracita
que da a los arrozales, más a gusto que el Ortega Cano. Por la tarde llegamos a UBUD, centro de artesanía y de mucha vidilla comercial
casi en el centro geográfico de la isla. ¡Qué sitio, qué esculturas, qué rabia no poder llevarse NADA!
Por el camino de entrada al pueblo alucinamos con los locales que exponen como si fueran souvenirs, auténticas obras de arte en talla
de madera y piedra. Esto no son tiendas, es un museo de arte al aire libre. La madera de Mahogany es la más utilizada porque debe
ser la más agradecida para trabajarla y por su incomparable color. Es increíble que de las raíces de un árbol se pueda crear
algo tan perfecto. Nos tientan unos leones de tamaño natural que flanquean unas escaleras y preguntamos por el precio y el envío,
pero a 2.100 euros la pieza, como que no nos encajan; Por los 100 del pico más que nada, no por el resto.
Las niñas quieren ir de compras, así que después de deleitarnos visualmente y frustrarnos moralmente, pues no encontramos nada “pequeñito
y plano” que nos podamos llevar, nos damos un paseo por las calles de la ciudad que tiene mucho encanto, mucha vida y mucho sabor.
Las niñas se compran unos vestiditos: ¡Misión cumplida! (a cambio, hay que deshacerse de algo de la maleta).
De vuelta al coche, nos encontramos la calle llena de monos. Algunos jugueteando y otros comiendo frutos exóticos o robando algún
dulce a los turistas. A las niñas les impresiona que uno de ellos lleva un gatito pequeño aún vivo en la mano. Nos queda la duda si
está jugando o se va a dar un banquete de gato en cuanto suba al árbol.
Después de la mega excursión de ayer, aprovechamos nuestro último día en Bali para descansar y dedicarnos a la dura tarea de bañarnos
en la piscina, pasear por la playa y hacer las últimas fotos.
Al despertarse de la siesta, Luis se encuentra una tarta sorpresa por su cumpleaños al más puro estilo balines, en una bandejita y
rodeada de flores. Soplamos las velas y nos comemos el pastel todos juntos. Por la tarde nos damos unos masajitos en la playa y curioseamos
en las tiendecitas del paseo.
Nos despedimos de Bali con la alegría de haberlo disfrutado a tope y con ganas de volver algún día. Esta isla maravillosa tiene de
todo: Magníficas playas, volcanes imposibles, selvas tropicales entre inmensos arrozales rodeados de palmeras, una artesanía digna
de la mejor galería, una fascinante cultura ancestral y lo mejor de todo, sus gentes humildes y amables.