11 de enero Camino a Iguazú
Es nuestra última mañana con los abuelos. La aprovechan al máximo y se llevan a sus nietas de compras a las calles peatonales de Floriday Lavalle, mientras nosotros desarmamos y volvemos a armar las maletas. Vuelven al medio día y nos despedimos para ir al aeropuerto.
¡Qué pena! ¡Qué rápido han pasado estos tres días! Bueno, a ellos todavía les quedan dos semanas por la Patagonia e Iguazú y a nosotros,
pues ya sabéis nuestro itinerario.
Poco antes del atardecer aterrizamos en Puerto Iguazú. Hace un calor de mil demonios, así que dejamos los trastos en el hotel, nos
damos un baño y nos vamos al Hito tres fronteras a ver el atardecer. Es un lugar muy especial en el que confluyen los rios Iguazú
y Paraná y que a su vez constituye la frontera entre Argentina, Brasil y Paraguay. Cada país tiene un mirador con un pequeño obelisco
decorado con los colores de sus banderas. Desde cada mirador se ven los otros dos sobre la confluencia de los ríos que se unen entre
los remolinos del agua por las que navegan de un lado a otro las lanchas de contrabando. Las vistas son impresionantes, especialmente
en la puesta de sol. Un buen aperitivo para lo que nos espera mañana en las cataratas de Iguazú.
En el camino de vuelta preguntamos en algún otro hotel, como siempre, para poder comparar precios, porque esto de reservar por Internet
es una auténtica lotería. Afortunadamente nuestro hotel está bastante bien. También aprovechamos para comprarle a Sara unas sandalias
nuevas porque las suyas están destrozadas y ya le están pequeñas. Las vimos de paso en una tienda y aprovechamos la oportunidad. No
nos esperábamos encontrar este tipo de calzado aquí en la selva, donde todo el mundo va en chanclas.
Cenamos en un lugar del pueblo de esos “macros” tipo patio, con un escenario y charanga nocturna, la típica parrillada que al final
no sale tan bien, porque mucho hueso y poca carne y te cobran las bebidas aparte.
Ya nos resultan familiares los “sonidos de la selva” en especial uno que al principio parece de pajaritos pero que lo hacen unas ranas
muy pequeñitas de color fosforito y rojo chillón.
12 de enero Iguazú: el lado argentino
Amanece con un sol de justicia. A 35 graditos y con una humedad del 85% nos vamos a las cataratas. En el microbús público hay un 90
% de turistas, un 9% de argentinos y un 1% de indios nativos que van a vender artesanía. Mientras vamos apretaditos nos preguntamos:
¿Cómo sobreviven hoy estas comunidades que hasta hace poco iban con taparrabos y ahora tienen que aprender castellano y algo de inglés
para entender a los turistas? Pobres. ¿Y cómo se las apañarían los primeros descubridores y misioneros para sobrevivir aquí? Porque
lo único que hay es selva, selva y más selva.
Nos imaginamos la expedición de Núñez Cabeza de Vaca con sus mulas y guías indígenas cuando llegó y descubrió las cataratas. Alucinaría
al ver este espectáculo tanto como hoy todos nosotros. Pero desde luego eran de otra raza y valientes como pocos, hace falta tener
reaños adentrarse hasta aquí con aquellos medios.
Al llegar a la taquilla nos encontramos con la MECÁNICA DISCRIMINATORIA HABITUAL EN ARGENTINA. ¡¡COBRAN AL TURISTA TRES O CUATRO VECES
MÁS QUE A LOS NACIONALES!! Lo hacen en hoteles, billetes de avión e Iguazú no iba a ser una excepción. Echad un vistazo al cartel
de precios que no tiene desperdicio. Los adultos tres veces más caro y los niños cuatro. ¡ASÍ SE PROMOCIONA EL TURISMO, SI SEÑOR!
Deberíamos hacer lo mismo en España en vez de darles la residencia presentando un bonobús. En fin.
No obstante, a pesar de ser candidata firme a nueva maravilla natural del planeta, el precio es mucho más razonable que el de Machu
Pichu.
Desde lejos se oye el fragor del agua, se siente la humedad y se ve el vapor de agua que levanta la Garganta del Diablo. Entre el
vapor de agua y el sudor estamos empapados de arriba abajo. ¡Y lo que nos queda!
El río Iguazú transcurre tranquilo y de repente se desploma 80 metros abajo por multitud de rincones creando caídas espectaculares
y cortinas de agua y espuma blanca que parece te van a devorar. La visión es simplemente espectacular. Te corre un escalofrío por
la espalda y piensas que nadie debería morir sin ver esto. Con sólo contemplar las cascadas se te purifica cuerpo y alma. Las niñas
están impresionadas y a pesar del calor aguantan bien. Hay cientos de cataratas enormes cayendo al unísono como en una sinfonía entre
rocas rojizas repletas de árboles selváticos que sobrevuelan grandes aves. Vemos también coatíes, colibríes, lagartos y caimanes.
Y ¡Cómo no! Hacemos el bautismo de las cataratas en un barco con otros treinta valientes. Cuando lo ves de lejos parece seguro pero,
una vez en la lancha, entre los remolinos que se forman en la base de las cataratas y la gigantesca lluvia, te tiemblan un poco las
piernas. Al principio Sara está como loca con tanta adrenalina, pero tanto a ella como a Ainhoa les da un ataque de “mieditis” según
nos acercamos a la nube de agua. Así que las arropamos y cantamos con ellas mientras nos empapamos. La mega-ducha se repite hasta
tres veces ¡Todos gritamos como tontitos bajo el agua y aplaudimos al salir! Nos sentimos como borreguillos yanquis.
Continuamos nuestra excursión por el laberinto de pasarelas que te muestran las cataratas desde arriba y desde abajo. No sabríamos
decir que vista es más extraordinaria. Desde luego como portentoso, el salto de la Garganta del Diablo, por el que caen al vacío,
a través de una enorme hoz en el terreno, varias toneladas de agua por segundo en un festival de luz y sonido creado por el líquido
elemento.
Iguazú es sin duda uno de los parajes más fascinantes de La Tierra. Le asignamos el segundo puesto en nuestro ranking particular de
maravillas del viaje.
Volvemos al hotel agotados por el calor y la humedad pero un bañito en la piscina y una ducha nos dejan como nuevos. Cenamos en un
italiano entrañable y muy buen ambiente. Por el camino nos encontramos con un taxista con el que acordamos precio para ir a ver las
cataratas del lado brasileño. Mañana cruzaremos la frontera hasta Brasil.
13 de enero Iguazú: el lado lluvioso
Por la noche ha llovido lo que no está en los escritos y continúa a primera hora de la mañana, así que decidimos quedarnos en el hotel.
Además, Luis se va a Sao Paulo a una reunión de negocios a la que le han invitado hace unos días y a la que irá con chanclas y vaqueros
porque no tiene traje…
Mientras yo me quedo en el Hotel con las niñas haciendo gestiones por Internet para el alojamiento en Río de Janeiro. Si despeja un
poco igual me voy por la tarde a las cataratas del lado brasileño pero llueve y llueve hasta última hora que despeja y nos acercamos
al pueblo a dar un paseo y comprar un cargador para mi móvil, que no aparece. Me encuentro con el taxista y acordamos que nos recoja
mañana a la misma hora a ver si hay más suerte, de lo contrario nos quedaremos sin ver el lado brasileño. Sólo de pensarlo, me muero
de rabia.
14 de enero Iguazú: el lado brasileño
Nos recoge un taxi más destartalado y con otro conductor. Hace un día espléndido de sol con un calor de mil demonios y el maldito
coche no tiene aire acondicionado, pero eso no es todo, justo en la frontera brasileña se queda sin batería y no arranca. Nos ayudan
a empujarlo a 37 graditos a la sombra y nosotras con prisa porque sólo tenemos un par de horas para ver el parque desde este lado.
Después de una media horilla y unos cuantos martillazos a la batería, el coche arranca de nuevo al fin.
Las cataratas desde Brasil son más panorámicas que desde Argentina. Hay un recorrido bastante largo que culmina en la garganta del
diablo donde puedes caminar por una pasarela hasta el borde mismo de la cortina de agua. Cada lado ofrece una experiencia distinta
pero ambos son sensacionales. Las niñas disfrutan haciendo de guías por el sendero y Sara decide ir hasta el final de la pasarela
para empaparse de arriba abajo. La verdad es que después de esta visión creemos que nada podrá superarlo, bueno aún nos queda ver
las Cataratas Victoria. Pero de momento, Iguazú es mucho más espectacular que Niágara porque, como dice Sara, son más, más grandes
y encima están en medio de la selva.
A la salida nos espera el taxista para llevarnos al aeropuerto donde nos da tiempo justo a cambiarnos y a comer algo rápido antes de coger el vuelo hacia Río de Janeiro, Brasil