Resulta que estos gusanitos, viven en los techos de las cuevas y segregan una sustancia gelatinosa que queda colgando en pequeñas
hebras llenas de gotitas pegajosas. Después los gusanos hacen que su cuerpo brille en la oscuridad y la luz atrae a los insectos que
hay en la cueva y quedan capturados en la trampa de la hebra de hilo pegajoso. Al gusano sólo le queda bajar y devorar a su presa.
Cuanta más hambre tienen, más brillan sus cuerpecillos y el efecto de miles de ellos en la oscuridad es como el de un cielo estrellado.
Al atardecer volvemos a nuestro camping junto al lago, cenamos y volvemos a relajarnos bajo una nube de estrellas, esta vez de las
de verdad.
Por la tarde, ya de vuelta en Te Anau, visitamos la Cueva luminiscente, a la que también se llega en barco y a la que dan nombre unos
gusanos fluorescentes muy curiosos. Entramos por una oquedad bastante estrecha y tras ver unas cataratas internas y darnos algún que
otro coscorrón llegamos al final de la caverna donde nos espera una pequeña barca para entrar en la bóveda de los gusanos luminosos.
No hay nada de luz, los techos son bajos y a veces da un poco de miedo. De repente vemos el techo de la cueva repleto de pequeñas
luces azules. Es como un planetario, como una diminuta vía láctea de gusanitos en exclusiva para nosotros. Nos quedamos maravillados
ante el espectáculo.
2 de febrero Adrenalina Queenstown
A media mañana llegamos a Queenstown una ciudad pequeñita y encantadora a la orilla del lago Wakatipu, apodada “adrenalin city” por
las múltiples actividades extremas que te ofrece. Se puede hacer de todo. Podemos elegir entre: Bangui Jumping, paracaidismo en tandem,
barranquismo, vuelo en aviones acrobáticos, ala delta, parapente o jetboating entre otros.
Las féminas se deciden por el parapente en lancha y el lado masculino por el Jetboating. Así que Amaya y las niñas se dirigen al muelle
para hacer una excursión panorámica en parapente por el lago Wakatipu y Luis espera el autobús que le llevará a bajar a ritmo vertiginoso
en Jetboat por los barrancos de Shotover.
A la vuelta quedamos en el puerto y nos contamos nuestras experiencias. Las chicas lo han pasado en grande flotando en las alturas
y disfrutando de las preciosas vistas del lago, la ciudad y los picos de la cordillera circundante. A Luis por su parte le ha encantado
navegar a alta velocidad rozando las paredes de los desfiladeros y dar giros de 360º en las divertidas lanchas Jetboat. ¡Ha merecido
la pena!
Acto seguido cogemos el skyline gondola, un telecabina que nos llevará a Bob’s Peak, el pico más alto de la ciudad desde el que hay
unas vistas extraordinarias. Y no sólo eso, sino que también podemos bajar en unos cochecitos individuales que van pegados al suelo
a toda mecha por un circuito en la ladera de la montaña. Así que nos ponemos los cascos y ¡Allá vamos!
La verdad es que estos kiwis se lo montan bastante bien. Tienen un marketing sensacional y aprovechan cualquier posible actividad
o atracción para sacarle la pasta al turista. Y nosotros como buenos “guiris” picamos de nuevo y nos metemos en el “Minus Five” una
especie de disco-pub hecho completamente de hielo que está a cinco grados bajo cero. Pero primero… ¡a disfrazarse! Nos ponen abrigos,
guantes, botas y ya estamos listos; ¡Para adentro! Todo es de hielo menos el camarero: los sofás, los vasos, la barra y el decorado
a base de esculturas de hielo a tamaño natural. La entrada incluye un par de copas, así que nos tomamos unos coctelillos y nos divertimos
haciendo el tonto y sacando fotos.
¿Nos da tiempo a algo más? Pues sí, paseamos por el muelle al atardecer y recorremos las tiendecillas de las calles peatonales. ¡Menudo
día! Volvemos a la caravana ya de noche y salimos para el norte hacia el lago Wanaka. Estamos cansados pero felices de haber pasado
un día tan especial en “Adrenalin City”
3 de febrero Dentro del laberinto en Lago Wanaka
El paseo que transcurre por la ribera del lago Wanaka es sensacional. Con jardines de césped y árboles enormes que terminan en bonitas
playas. Desayunamos en la caravana disfrutando de las vistas y nos vamos para “Puzzle World”, una especie de pequeño parque temático
focalizado en efectos visuales y laberintos que resulta muy intrigante: Desde habitaciones con paredes repletas de caras que te miran
allá donde vayas, hasta salas inclinadas donde el agua parece subir en vez de bajar, pasando por unos baños de la 4ª dimensión y terminando
con un laberinto gigante a tamaño real del que tienes que salir en menos de una hora.
El resto del día lo pasamos en la caravana para llegar hasta Kaikoura en la costa noreste de la isla Sur. Aún nos quedan más de 1.500
km hasta volver a Auckland.
4 de febrero ¿Ovejas o focas? Ud. elige...
Llegamos a Kaikoura en un día tristón de esos tapados con chispeo y viento continuos. Preguntamos qué se puede hacer en la oficina
de turismo y nos ofrecen las mismas cosas de siempre. Parece ser que tras el éxito de Queenstown, cada pueblecito tiene su pequeño
menú de adrenalina que ya resulta repetitivo y un poco cansino. Además la mitad de las actividades no se pueden hacer por la lluvia.
La que más nos atraía era la de nadar con las focas, pero en un día así no apetece meter ni un dedo en el agua. ¡Qué lástima! Hubiera
sido genial.
Así que a falta de focas, buenas son ovejas y aquí de ovejas y vacas entienden un rato, os lo decimos nosotros. Pues eso, nos vamos
a una granja donde nos explican la cría de las ovejas y hacen una demostración de esquilado en vivo. El granjero es un tipo muy gracioso
y hace que la visita resulte muy amena e instructiva. Las niñas se divierten y también aprenden un montón.
Como no hay nada que hacer, nos damos un homenaje para comer. Luis se compra una langostita fresca y las chicas una buena ración de
fish and chips y nos lo zampamos todo en nuestra casita rodante. ¡Qué rico! De nuevo miramos al norte. En dos días tenemos que coger
el ferry para pasar a la isla norte y antes de eso queremos visitar la zona de Picton y la famosa ruta “Queen Charlotte’s track”
5 de febrero ¡¡Una de mejillones verdes!! ¡Oído cocinaaaa!
Pasamos la noche en un camping (o jardín botánico) de Picton, el pueblito pesquero desde el que parte el ferry a la Isla Norte. Suponemos
que hay gente, pero no se siente ni un alma y por la noche hasta los grillos hacen mutis. Pedimos salir un poco más tarde mañana porque
acabamos agotados por las noches y no nos apetece madrugar y desayunar corriendo ya que la costumbre aquí es estar fuera a las 10h
y se lo toman muy en serio. Son muy estrictos con TODO y empezamos a estar un poco hartos de estas prisas mañaneras. Quizá es también
un poco culpa nuestra por seguir de forma natural con nuestro horario español, pero es que no podemos, no podemos….
Al desaparcar…¡PUMBA!, nos damos con algo por detrás y se rompe un intermitente. Manitas Muñiz lo desmonta y lo apaña para que apenas
se note…aunque ya llevamos la preocupación de si nos lo cobrarán o no.
Subimos por una carreterilla serpenteante hacia las colinas del “Queen Charlotte’s Track”. Un camino de unos 35km. que discurre por
las montañas de la costa y que de vez en cuando te da una sorpresa bajando hasta playas escondidas y casi desiertas. La ruta es tortuosa
pero las vistas son fascinantes. Hacemos bastantes recorridos cortos a pie.
De camino a Havelock, un pueblito de la bahía, vemos una idílica mesita de picnic en un promontorio frente al mar. No lo dudamos y
sacamos inmediatamente el mantel. Havelock se jacta de ser la ciudad con los mejores mejillones verdes del mundo. Mientras las chicas
se preparan unos espaguetis, Luis se acerca a comprar una docena de mejillones para llevar aderezados con cuatro salsas diferentes.
Comemos juntos en nuestro paraje de cuento y por la cara de Luis, sabemos que los mejillones están deliciosos.
Un par de horas después aparcamos la caravana sacamos la mesa y las sillas de camping y pasamos la tarde en una de las playitas desiertas
bañándonos y disfrutando del solecito frente al mar y a un largo muelle de madera donde unos aprendices de kayak andan practicando
nuevas técnicas. Salvo ellos, no hay nadie, absolutamente nadie. Hay tan poca población en Nueva Zelanda que estás sólo casi todo
el tiempo. Son sólo cinco millones de kiwis y bastante aburridos, por cierto. Ahora, eso sí, los jardines y los bosques los tienen
cuidados como si fueran oro. Es todo verde, en cada rincón hay flores de mil clases, buzoncitos de madera al estilo americano pintados
con diferentes motivos y unos árboles tan enormes que te hacen pensar que España es casi un desierto. La naturaleza en esta isla es
desde luego apabullante.