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Si señores, como diría nuestro viejo amigo Cousteau: “Mis queridos amigos, la muerte ocurre de esta manera cada noche en las profundidades del arrecife” Así que el primer cuarto de hora de inmersión te dedicas a buscar peces pequeños que se quedan atontados con la luz y ver como les quedan tres segundos de vida antes de que el pez grande los engulla irremediablemente. Luego te da un poco de pena y cambias de tercio iluminando a una roca cercana en la que se mueve algo y según ves acercarse al atún, apartas un poco la luz repentinamente y ves como se pega un golpazo contra la roca. El caso es que lo se dice mucha fauna no vimos, pero nos divertimos de lo lindo con el tema de las linternas.

Para la hora de la cena estamos todos agotados. Luis se fue a la cama enseguida y María se subió a tomar una copilla al bar de arriba. Mañana la primera inmersión es a las 6:30h. Por la noche el barco no deja de moverse y los generadores de hacer ruido. Luis no consigue dormirse. A las 5:45h suena el despertador, pero Luis se raja. María baja a cubierta, pues ha contratado una inmersión profunda con Peter.

Para eso de las 10 de la mañana, hora de la segunda inmersión Luis está recuperado, pero se ha perdido el resumen de la inmersión, de modo que a María la han emparejado con… ¿A que no sabéis con quien? Pues si, con Richard el raro, piercing man, vamos. Además es un principiante que acaba de terminar el curso. Nos preparamos los tres en el muelle de salida. Luis mantiene la distancia de seguridad con Richard.

Nos metemos al agua y acordamos comunicarnos el aire que nos queda cada poco tiempo. Normalmente, una inmersión de no más de veinte metros de profundidad dura unos 45 a 50 minutos. Sin embargo nuestro amigo Richard se chupa la mitad de la botella en 10 minutos, por lo que nos toca volver al barco y subirle antes de que se quede sin aire. María y yo nos volvemos a sumergir y disfrutamos del aire que nos queda. Vemos un napoleón gigante y le hacemos varias fotos. Aquí abajo tenéis un primer plano...

Aún nos queda una inmersión y hemos decidido que la vamos a aprovechar al máximo. Para ello hacemos lo contrario de lo que dicen en el resumen de inmersión. En vez de ir a la izquierda donde irá todo el mundo, nos vamos a la derecha para estar solos. A veces parece la Gran Vía allí abajo. Lo segundo, nos quedamos a poca profundidad para tener más luz y que nos dure más el aire. Y dicho y hecho. Estamos una hora y diez en el agua y disfrutamos como enanos. Vemos multitud de peces y hacemos más fotos que en ninguna otra inmersión. Un final perfecto a un viaje con un poco de todo. Mareo en el barco, charlas con nuevos amigos, raros en el grupo de buceo, la suerte de haber podido bucear con María y las inmersiones, como siempre, unas mejores que otras.

Por la tarde, Amaya, Sara y Ainhoa vienen a recibirnos al puerto. Veo correr a las niñas como locas por la plataforma y gritando “papá, papá” antes de lanzarse a darme un abrazo. Esto es mejor que la mejor de las inmersiones del mundo. Amaya está guapísima, ha ido a la peluquería y le han dejado el pelo precioso. Charlamos un rato y María llama a Steve para ayudarle a repartir las cámaras de esa tarde, mientras nosotros nos quedamos bañándonos en el lago artificial del puerto.

Juego con las niñas y nos hacemos fotos junto a las estatuas del lago. Después paseamos por el muelle hasta un parque con columpios y juegos de agua donde hay un pequeño chiringo que sirve pescado frito y perritos calientes. Cenamos en la terracita mientras vemos el atardecer y nos vamos para casa. Tenemos una sorpresa preparada para Steve y María.

Después de cenar, las niñas emocionadas les dicen a María y Steve que no se pueden mover del porche mientras escondemos los regalos. Hay varios para cada uno, así que es ideal para jugar al “frio y caliente” Cuando terminamos, les llamamos y empiezan a buscar. Ambos están nerviosillos, pero María más. Van encontrando los regalos uno a uno siguiendo las indicaciones de las niñas que están super emocionadas. El primero en terminar es Steve que tiene dos regalos, así que esperamos a que María encuentre los suyos, pues son nada menos que siete. Se suceden los gritos de emoción y los saltos de alegría. No sabemos quién es el más niño aquí.

¡Y empieza la ceremonia de apertura! A Steve le ha tocado un conjunto completo de utensilios de barbacoa con el delantal a juego que compramos en Port Douglas. El delantal tiene un cartel muy gracioso que se puede traducir más o menos por:

“AHORA DEBERÍA ESTAR EN PORT DOUGLAS EN VEZ DE COCINANDO PARA VOSOTROS BASTARDOS, ASÍ QUE TRAEDME UNA CERVEZA Y TODO SOLUCIONADO”

María por su lado tiene un juego de vasos y manteles a juego con la vajilla de la casa. Ambos se ríen mucho y nos lo agradecen emocionados. ¡Y para culminar la noche, nos comemos la tarta de chocolate que nos han preparado Sara y Ainhoa! La verdad es que estamos felices aquí todos juntos. Nos sentimos super cómodos con Steve y María y esperamos que ellos también lo estén con nosotros.

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REFLEXIONES: La Gran Barrera de Coral

¡Sueño definitivamente cumplido! He podido bucear en la gran barrera y me ha encantado. Sin embargo me voy con la sensación de no haberle sacado todo el partido que hubiera sido posible. Está claro que como en muchas otras partes, para disfrutar realmente de la barrera australiana, o bien contratas un barco con un guía privado que te lleve a ti y a otros pocos buceadores a los mejores lugares, lo que es difícil porque sale por un ojo de la cara, o contratas una excursión de al menos una semana como hicimos en el mar rojo, lo que te garantiza ir a más arrecifes y puntos de buceo diferentes con mucha menos gente.

También es verdad que este deporte del submarinismo tiene el gran inconveniente, como tantas otras cosas en la vida, de que cuantas más inmersiones haces, menos te sorprende lo que ves y en cualquier caso esta no era la ocasión en la que irse de crucero una semana. Me apetecía mucho más estar con las niñas Amaya y nuestros amigos.

La excursión de dos días ha estado muy bien, mejor si se tiene en cuenta que la he hecho con María y por el precio que ha salido, pero los clubes tienen licencias limitadas para operar y al final buceas sólo en un par de arrecifes distintos con otros treinta buceadores todos a la vez.

En fin, espero matar el gusanillo en Tailandia, Filipinas o Malasia donde me han dicho que las inmersiones son extraordinarias. Y si fuera posible, me encantaría ver tiburones blancos desde una jaula en Sudáfrica.

14 de marzo        Último día en Cairns

Hoy es nuestro último día con Steve y María en Cairns. Hemos adelantado el viaje a Japón para poder coincidir con los abuelos allí. Por la mañana María y Steve se llevan a las niñas un rato al Toys r us y les compran unos regalitos. Pasamos el resto del día tranquilo vagabundeando por la casa y dándonos bañitos en la piscina.

Por la tarde salimos un rato a hacer unas compras y a última hora nos vamos todos a cenar a un Tex-mex de la ciudad. Al terminar nos acercamos de nuevo a los night markets, donde compramos pulseritas, nos damos unos masajes de pies y aprendemos a tocar un “digeridoo”  ese tubo largo de madera que tocan los aborígenes y que tienen, según se mire, un sonido muy hipnótico para Amaya o de dolor de cabeza para Luis. Steve y Luis se aburren y deciden irse a casa a tomar unas cervecitas.

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¡¡ Hola Amigos !! Un saludo desde la Barrera de Coral australiana.
Muy original este lago artificial del puerto de Cairns
María nerviosillla y emocionada a punto de abrir sus regalos
LLegó el momento. Steve sin dudarlo se vistió con su nuevo delantal para barbacoas
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Steve y María nos han hecho sentir como en casa.
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REFLEXIONES: Los aborígenes y la generación perdida

En el sur de Australia apenas están presentes, pero en Cairns se ven muchos aborígenes y hay más según se avanza hacia el norte y el centro del país. Son de piel oscura, pelo rizado y nariz ancha. Van casi siempre descalzos y visten camisetas deportivas anchas, a menudo con grandes lamparones. También se les ve en los trabajos peor pagados y vagabundeando en las calles cerca de las tiendas de licores.

La llamada “generación perdida” es un tema delicado y doloroso para los aborígenes australianos. Cuando el Capitán Cook llegó a la isla por primera vez, ni corto ni perezoso proclamó los nuevos territorios para la corona inglesa. Al contrario que los maoríes de Nueva Zelanda que eran numerosos y agresivos, los aborígenes australianos no eran guerreros, ni estaban tan organizados, lo que hizo que fueran fácilmente “relegados” por los nuevos colonos.

Hasta bien entrados los años sesenta, muchos niños aborígenes fueron apartados de sus familias y obligados por la fuerza a vivir con familias de origen anglosajón con la excusa de darles una mejor educación y un cambio de vida para desarrollarse al modo occidental. La realidad era muy distinta. Auspiciado por el gobierno inglés y respaldado por diversas asociaciones el verdadero objetivo era exterminar a los aborígenes.

Sin embargo no molestan, son amables y conviven con el resto del personal como si la cosa no fuera con ellos. Pero la impresión que nos queda a nosotros es que viven resignados e inmersos en una cultura con la que no tienen nada en común y que les ha ido relegando y ganando terreno, invadiendo sus tierras, sus  paisajes, su tranquilidad y sobre todo su orgullo y sus vidas. Hoy día malviven en reservas de los territorios del Norte a base de las subvenciones de “La Corona” o haciendo artesanías que les compran a precios irrisorios y se venden después carísimas en los centros comerciales.

Es la llamada “Generación perdida” según los más discretos o la “Generación robada” según los más realistas. Cuando uno conoce que este episodio de la historia de Australia ha sido real y se cruza con los aborígenes en un mercado, o en la orilla de un río, te entra una tristeza extraña, piensas en los tiempos en que eran dueños felices de estas tierras y no puedes evitar preguntarte que es lo que pensarán ellos de los blancos…

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Y muy pronto...JAPÓN. Empezamos nuestro periplo asíático.