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15 de marzo Camino del Sol Naciente
Hoy es día de recogida para nuestro próximo destino: Japón. Nos levantamos pronto y a eso de las diez llegamos al aeropuerto. Tardamos
una hora en facturar porque los de “Quantas” no encuentran nuestra reserva. Tomamos un piscolabis con María y Steve y llega la hora
de la despedida. Las niñas se ponen muy tristes y a los mayores nos da mucha pena. Han sido casi dos semanas entrañables que
han pasado demasiado rápido. Los vamos a echar muchísimo de menos.
El vuelo a Tokyo dura las siete horas previstas y es todo japonés: los pasajeros, las pantallas y las azafatas. Antes de aterrizar
vemos el monte Fuji por la ventanilla justo al atardecer…. Llegamos bien entrada la noche y…
SITUACION A: Llegamos cansados, de noche y sin saber dónde está nuestro hotel. Hemos alquilado un coche y no tenemos mapas de la ciudad.
(En Internet es casi imposible encontrar algo que no esté en japonés)
ACCION 1: Mientras Luis se va al mostrador del alquiler de coches, Amaya pregunta por un hotel cerca del aeropuerto. Narita está a
unos 52 Km de Tokyo y nos da miedo y pereza ir hasta el barrio de Ikebukuro, en la otra punta de la ciudad, donde teníamos reservado
el hotel. Recordemos que en Tokyo viven más de doce millones de personas. El caso es que nos ofrecen un hotel por el mismo precio,
así que aquí nos quedamos. Nos da un mapa para llegar al hotel, que es como si no nos diera nada, pues está todo en “chino”, bueno
en japonés, pero… ¿Qué más da chino que japonés? Solo sabemos que está cerca del aeropuerto.
ACCION 2. Nos dicen que el coche lleva incluido un navegador, con lo que pensamos: ¡SALVADOS!….Peeeeero cuando nos muestran el vehículo,
resulta ser una especie de ranchera en la que si metemos a los padres de Luis, que vienen a visitarnos a Japón, no nos cabe una sola
maleta. Montamos el pollo y le decimos al agente que desde Australia nos habían confirmado un monovolumen de siete plazas y bla, bla,
bla. El “japo” alucina y empieza a mover cables. A todo esto ya son las nueve y media de la noche. Las niñas se nos duermen
en los asientos del aeropuerto. Media hora más tarde nos ofrece por el mismo precio y una furgoneta de lujo con todos los extras incluidos
dos navegadores (uno en japonés y otro en inglés) Le damos las gracias en todos los idiomas que sabemos y nos despedimos entre inclinaciones
de cabeza y apretones de manos.
SITUACION B: Salimos del parking con la intención de seguir al autobús 26 que es el que va a nuestro hotel, pero claro, salimos por
otro lado, direcciones prohibidas, no podemos dar marcha atrás….y nos encontramos en una carretera desconocida en plena noche cerrada
sin hablar ni papa del idioma y con un navegador que habla muy bien inglés pero que sólo escribe en japonés.
Con dos ….. tiramos “palante” a ver si vemos los letreros del hotel por la autopista. Al final paramos en una pizzería a preguntar
y con un poquito de inglés y señas nos indican que estamos cerca. Por fin encontramos el hotel. Nos instalamos y salimos a cenar al
ladito del hotel tomando referencias entre dibujos y carteles porque los nombres están todos en japonés. Entramos en un restaurante
tipo pizzería con unas fotos estupendas de la comida ¡Qué gusto!, al menos esto lo entendemos. Basta con señalar el plato y decir
con el dedo “uno de estos”, eso sí, hay que procurar no equivocarse de dedo. Luego, nos damos cuenta de que en la mesa hay un timbre
para llamar a la camarera y que no tenga que venir ella cuatro veces a preguntar si ya estamos listos para pedir. ¡Qué prácticos son
estos tíos! En una foto presumen de que la carne que utilizan es australiana… ¡Qué pequeño es el mundo!
Y entonces Ainhoa quiere ir al baño y nos encontramos con una taza de water “mega-espacial” que parece el puesto de control del Halcón
Milenario; ¡Lleeeeeeena de botones por todas partes!……Cuando la cría termina empezamos a dar a los botones a ver cuál es el de la
cisterna y de repente nos sale un chorro desde dentro del retrete que tira a matar. Rápidamente cojo a Ainhoa en brazos para apartarla,
pero algo nos alcanza y el resto acaba en la pared que se queda empapada. Nos entra una risa tonta,… muy tonta.
16 de marzo De Tokyo a Kyoto y tiro porque me tokya
Pues hoy nos las tenemos que arreglar para llegar a Kyoto a 460 Km. Preguntamos al de recepción y nos dice que son nueve horas de
coche (en inglés, claro). Le pedimos al hombre que nos ponga en el navegador la dirección del hotel en Kyoto pero no hay manera. ¡Ni
siquiera un japonés es capaz de entenderse con el navegador en su propio idioma! Al final encontramos una opción del GPS que te lleva
a los sitios poniendo el número de teléfono. Nos resistimos a creerlo, pero tampoco nos queda más remedio, de modo que introducimos
el teléfono del hotel de Kyoto, cerramos los ojos y... nos fiamos del cacharrito. ¡Qué miedo Dios Mío!
Salimos sobre las once y siguiendo las indicaciones enseguida “sobrevolamos” la bahía de Tokyo por el interminable puente colgante
del arco iris que al anochecer se ilumina con el espectro de sus siete colores. Las vistas son fascinantes: El parque de Disneylandia
a nuestra izquierda; al frente los rascacielos y la torre de comunicaciones de Tokyo, muy similar a la torre Eiffel, y a lo lejos
la gigantesca Noria del Marine Park de Odaiba, una de las zonas más modernas de la ciudad.
Atravesamos Tokyo por una de las autopistas elevadas que la recorren de lado a lado. Estamos a unos nueve pisos de altura y vemos
la metrópolis a vista de pájaro. Todo está perfectamente organizado e impoluto. ¡Estos japoneses son la repera. A medio camino, aparece
majestuoso tras las colinas, el monte Fuji. Su cono perfecto de nieves perpetuas se dibuja como una gigantesca acuarela entre la neblina.
Hemos tenido mucha suerte, pues normalmente está oculto tras las nubes.
Paramos a comer en un área de descanso y seguimos sorprendiéndonos con las costumbres de esta cultura tan especial. No sólo hay un
restaurante donde todos los platos se piden de manera automática en un panel electrónico, sino también infinidad de máquinas de “vending”
de mil colores y formas con todos los productos que se os puedan ocurrir. También puedes dormir la siesta o darte un masaje o una
ducha en unas salas especiales preparadas al efecto. Desde luego Japón es otro mundo.
Seguimos nuestro camino con fe ciega en el GPS que hasta ahora nos ha dirigido genial. Menos mal, porque los cartelitos de la autopista
se las traen. Echad un vistazo a las fotos. Peeeero… a unos 50 Km de Kyoto nos espera una sorpresa; el aparejo digital este cambia
de rumbo repentinamente y nos obliga a salirnos de la autopista. Miramos el mapa y creemos que se equivoca, pero como no entendemos
ni una palabra, lo dicho; fe ciega en el aparato.
El desvío nos lleva a una carretera comarcal, de modo que para asegurarnos nos dirigimos al operario de la garita del peaje. Con los
hombros encogidos y las palmas de las manos hacia arriba, preguntamos en un perfecto japonés: ¿¿Kyoto?? El hombre, amabilísimo, nos
sella el ticket y nos da una charla de la que no entendemos nada. Parece indicarnos que vayamos a la derecha y así lo hacemos, en
el primer cruce giramos a la derecha. Detrás nuestro el operario empieza a hacer señas aspaventosas tipo “power ranger” mientras grita
algo parecido a: ¡¡Ahrituo nagiro taaaaaaa!!
Seguimos sin enterarnos de nada. El caso es que nos encontramos en una carreterucha totalmente perdidos. Al rato nos damos cuenta
de que a lo mejor el señor de la cabina de peaje nos quería decir que volviéramos a la autopista y cogiéramos otro desvío y por eso
nos selló el ticket, para poder volver a entrar sin pagar. Con la obsesión de reprogramar el navegador y de adivinar la ruta, apenas
pensamos en ello, pero creemos que nos hemos “saltado” el pago del peaje, que debían ser unos 100 $ (sí, sí, lo hemos escrito bien;
100$, Japón es muy caro) Ahora entendemos los aspavientos de nuestro amigo.
El asunto es que después de preguntar en tres gasolineras donde no hablan inglés, ni español, ni ruso….por fin en la última damos
con un camionero que va hacia Kyoto y en el lenguaje de los mudos conseguimos entender que le sigamos. Hasta que nos entendimos nos
reímos mucho. Fue muy divertido, porque hasta los signos de las manos son distintos. Por ejemplo para decirnos que le siguiéramos,
se apuntaba los dedos a la nariz, mientras nosotros para decir lo mismo, poníamos una mano detrás de la otra. ¡Dialogo mudo de besugos,
vamos! El caso es que le seguimos y conseguimos por fin llegar a Kyoto. Introducimos otra vez el teléfono del hotel en el navegador
y esta vez nos lleva hasta la puerta. ¡¡Ni Ulises en la Odisea!!
Al principio pensábamos: pero ¿dónde vamos? Porque después de atravesar unas calles muy comerciales, de repente nos dirige por unas
callejuelas, tipo Malasaña y en un rinconcito chiquitín, allí estaba nuestro hotel.
Este hotel lo reservamos gracias a Yuri, la amiga japonesa de Helio, nuestro anfitrión en Río de Janeiro. ¿Os acordáis? El hotel es
en realidad un RYOKAN o alojamiento tradicional japonés. Es decir, tipo el “último Samurai” Para empezar no hay camas, si no unos
finos futones sobre un suelo de tatami por el que hay que caminar descalzo y que está rodeado de paredes con puertas correderas paneladas
en papel de arroz. Tampoco hay duchas, los baños son saunas comunitarias al más típico estilo japonés. Las sillas no tienen patas,
el asiento se apoya directamente sobre el suelo y en la puerta nos espera un armario para dejar los zapatos y unos kimonos para que
estemos cómodos. Estamos pero que muy ambientados, Sí señor… El único problema es que es bastante caro para nosotros (barato para
ser Kyoto) y que el parking está a 15 minutos andando. Aquí no se puede aparcar en la calle porque básicamente no hay sitio. Todo
está medido al milímetro y muy, muy limpio.
Cenamos unos platos precocinados que compramos en el “Seven Eleven” de la esquina y descansamos tranquilos al fin sobre nuestros futones
y bajo unos edredones bien gorditos….Estamos realmente agotados.