17 de marzo Abueletes casi nómadas
Hoy vienen los padres de Luis al mediodía, así que por la mañana, antes de ir al parking, nos paseamos por el mercado Nishiki, una
larga y estrecha callejuela cubierta en la que se vende todo tipo de comida: pescaditos, verduras, especias e ingredientes desconocidos
en el mundo occidental.
El encuentro con los padres de Luis es como en Argentina, después de los besos y abrazos nos apelotonamos todos en la habitación de
su hotel y empezamos a intercambiar bolsas y regalos. ¡Esta vez hay una buena provisión de embutidooooos y regalos de la familia!
¡Qué ilusión!
Después de comer nos acercamos andando al primer templo pero, una vez más llevamos en el cuerpo el horario español y llegamos a las
cuatro, cuando lo acababan de cerrar. Ya sabemos que a partir de mañana nos toca madrugar. Damos media vuelta y en una calle cercana
nos encontramos con el templo de Highasi que no está cerrado todavía pero está en restauración. El templo es inmenso, con unos pilares
de madera y una decoración impresionantes. Para verlo por dentro nos tenemos que descalzar, acto que será un ritual diario con una
frecuencia que llega a desesperar, sobre todo si vas con botas de montaña repletas de cordones.
De vuelta al hotel de los padres de Luis pasamos de nuevo por la super estación de trenes de Kyoto ¿O es un centro comercial? Es ambas
cosas, aquí todo vale para poner una tienda. Hay unas escaleras mecánicas que suben como siete pisos que llevan a una azotea adornada
como si fuera un pequeño parque que ofrece unas vistas de 360º de todo Kyoto. Una vez en la habitación, nos damos un homenaje castellano
con bocatas de chorizo, jamón serrano y lomito del bueno que nos saben a gloria. Enseñamos al padre de Luis a usar el GPS de modo
que podamos dejar el coche en el parking de su hotel que es más conveniente y está mejor situado. ¡BENDITO NAVEGADORRRRR! No sabemos
qué habríamos hecho sin él. Los carteles de las calles sólo están en japonés y muchas de ellas ni aparecen en los mapas requete malos
que te dan aquí.
Por la noche nos damos un bañito. Nuestro Ryokan tiene los baños comunitarios al más puro estilo romano, con una sauna común y una
mini piscina de agua caliente. Los japoneses añaden una serie de espejos y taburetes delante con duchas acopladas en el lateral para
asearse antes de entrar a la zona de baño, todo abierto en una misma estancia para cada sexo. Para bajar, te desnudas completamente
y te pones el kimono. De antesala, hay otra habitación con taquillas, un tocador completo lleno de cremas, secadores, colonias, palillos
de algodón…, de todo. Las niñas disfrutan como locas del baño echándose barreños de agua por encima. ¡Qué gusto! Empezamos a gozar
de las costumbres japonesas.
18 de marzo Kyoto en vena
Hoy nos hemos propuesto un programa intenso. Queremos imbuirnos en el arte y la arquitectura de Kyoto. Para lo que nos han venido
de miedo las indicaciones de Viajes K, la página de viajes de nuestro querido webmaster. Si alguien quiere saber más de Kyoto o visitar
Japón en general, que no lo dude, id primero a la página de Viajes K.
Madrugamos para aprovechar el día y empezamos por el pequeño templo de Ginkakuji, o Jishoji rodeado de un lago con unos preciosos jardines naturales combinados con otros de arena, muy típicos en Japón y que hacen efectos de montañas y mares sobre los que sobresalen piedras que se asemejan a islotes. El efecto es muy curioso y relajante. A las puertas de Ginkakuji comienza el Paseo de los Filósofos, una doble vereda de unos dos kilómetros de largo a ambos lados de un canal de agua central en la que se plantaron hace siglos infinidad de cerezos.
Nos desviamos del paseo para visitar el templo de Heian Jingu, uno de los más grandes de la ciudad. Las puertas de entrada son impresionantes
y el templo destaca por su intenso color naranja, sobre fondos verdes y blancos, colores habituales en los santuarios nipones. La
edificación se extiende alrededor de una gran plaza en la que los visitantes queman incienso y atan papeles con sus deseos y peticiones
en inmensas hileras que hay por todo el lugar. Lo más impresionante, a parte de la arquitectura, es el jardín que se extiende en la
parte trasera del templo a los laterales de un enorme lago sobre el que cruzan varios puentes de madera.
Comemos en un restaurante próximo y nos dirigimos hacia el templo de Kiyomizu-dera que se alza sobre una colina de la que sobresale una enorme terraza de madera desde la que se puede ver una panorámica excepcional de la ciudad.
En los templos, como en la ciudad, se ven las dos corrientes de vestimenta actual en Japón. Por un lado, vemos japonesas con kimono tradicional. Por lo visto hay una nueva tendencia entre la juventud de volver a las costumbres tradicionales y han empezado por el kimono y aunque algunas van con zapatos más modernos, la mayoría van con chanclas japonesas y el pelo recogido y adornado con flores.
Al salir del complejo nos adentramos entre las callejuelas de Higashiyama. Es casi de noche y hay farolillos en el suelo por todas
partes. Estamos cansados, sobre todo las niñas porque ha sido un día muy completo pero este barrio es una maravilla: con callejuelas
estrechas y mil tiendecitas de dulces y souvenirs entre casitas típicas de madera de sola planta en un ambiente relajado y muy acogedor.
Deducimos por los folletos que nos dan que el festival de faroles e ikebanas (arte floral) del parque es sólo del 18 al 22 de marzo,
así que hemos tenido muchísima suerte.
Tenemos hambre desde hace rato así que salimos a una calle más de nuestra era, pero vemos pocos sitios para comer y todos con la carta
en japonés. Por fin encontramos uno sencillo y gracias a nuestro diccionario y las onomatopeyas de animales nos hacemos entender para
pedir. Decidimos que a esta zona tenemos que volver mañana para verla con más tranquilidad. Los abuelos nos dejan en nuestro hotel
y tras el bañito obligado, nos vamos a dormir.
En primavera con los árboles en flor y en otoño por el color de las hojas el paseo es espectacular. Aunque estamos en marzo y ya se ven algunas flores, hemos llegado un poco pronto y no está florido del todo por lo que no veremos el espectáculo que ofrece la primavera en pleno apogeo. Aún así, el paseíto es una delicia. A medio camino encontramos un viejito japonés dibujando a mano alzada unas láminas del paseo consiguiendo un realismo asombroso. Va despacito, trazando cada detalle, una lámina le debe llevar todo el día, pero si hay algo que parece sobrarle es el tiempo. No es difícil imaginar a filósofos de otros tiempos paseando por este idílico lugar que invita a la abstracción y el pensamiento. La caminata acaba en Nanzenji, un conjunto de pequeños templos que nos sorprenden menos después de haber visto Ginkakuji.
Subimos andando por una calle llena de tiendas de souvenirs, cuchufletas y postres extraños. En todas partes es igual. Al final de la calle, una escalinata bajo un gran pórtico da entrada al grupo de templos dominados por una preciosa pagoda. El complejo es impresionante y el recorrido muy ameno. Está lleno de fuentes y las niñas se divierten jugando con los cacitos con los que se coge el agua. Nos entretenemos persiguiendo a las japonesas con kimono para conseguir fotos y caminando con los ojos cerrados entre dos rocas para conseguir que se cumplan nuestros sueños en asuntos de amor.
Nos llama la atención el cutis tan precioso, liso y sano que tienen todas. Van espectacularmente guapas y finas. Otras sin embargo prefieren vestir de manera estrafalaria, incluso hortera combinando medias a rayas con vestidos de colores chillones adornados con puntillas y todo tipo de complementos. Para colmo, muchas tienen las piernas torcidas y van con zapatos dos números más grandes, pisan raro, se les salen y los deforman por completo. Es un verdadero número verlas andar. A las del kimono no se les nota tanto ya que tienen que dar pasitos pequeños porque el vestido no les deja. En fin…
Salimos a comer a uno de los restaurantes de la estación de trenes a la que llega el Sinkhasen, el tren de alta velocidad japonés
que alcanza los 500km/h. Nos entendemos como podemos con la camarera que habla un poquito de español. Afortunadamente, el padre de
Luis trae un diccionario de bolsillo que nos va salvando de pedir gulas en vez de fideos… De todas formas, los restaurantes japoneses,
prácticos como ninguno, tienen escaparates con reproducciones hiper realistas en plástico de los platos que ofrecen. Son exactos a
los reales y para pedir no tienes más que salir al escaparate e irlos señalando uno a uno. ¡Esto es eficiencia, si señor!