Abrimos la puerta de nuestra habitación y nos quedamos atónitos ante la vista que se presenta ante nosotros. Anoche llovió bastante
y ha amanecido limpio y despejado. Las nieves perpetuas de las cumbres del Himalaya se alzan como titanes tras las azuladas colinas
del valle de Katmandú. Apoyados en la balaustrada observamos el espectáculo un buen rato y decidimos que nos suban el desayuno a la
terraza. Y allí en nuestro ático, con el techo de la tierra como fondo, compartimos este momento entre cafetito caliente y tostadas.
10 de abril Kathmandú, capital del Himalaya
Según salimos a la calle paramos al primer taxista que vemos y negociamos con él un día de tour por todos los templos de la ciudad.
Como siempre nos da un precio que dividimos por cuatro para empezar y al final se cierra en un tercio. Lo primero es ir a la farmacia
a por las medicinas. Diagnóstico: infección intestinal parasitaria de vaya usted a saber qué. El triorfam poco podía hacer sin la
ayuda de un antibiótico o mata-parásitos.
Comenzamos por el templo de los monos, que como todos los budistas, está rodeado de unas pequeñas construcciones con barriletes que
se giran con la mano, altarcillos con incienso, etc. El templo está sobre una colina al final de una escalinata que tiene su miga,
no solo por la pendiente, sino también por los monos de culo pelado que hay por todas partes. Algunos se ven bien, pero otros están
heridos y sucios. Las escaleras dan para todo; mendigos, puestos de souvenirs, artesanos trabajando la piedra en la calle y todo tipo
de objetos en el suelo, basura, perros durmiendo, fruta podrida, etc.
Llegamos a la cima con la lengua fuera y encontramos la impresionante pagoda del templo rodeada de casitas y altares menores envueltos
en un agradable aroma a incienso. La estructura típica de los templos nepalíes está formada por una bóveda campaniforme de color blanco
seguida de un prisma dorado con los ojos de Buda dibujados en sus cuatro paredes y que sirve de base a una especia de minarete puntiagudo
profusamente decorado. En los laterales exteriores de la cúpula hay pequeños altares de color oro en los que los fieles depositan
sus ofrendas y se arrodillan para orar. Las vistas desde la terraza que rodea el santuario son magníficas. Se ve todo el valle con
Katmandú en el centro. Lástima que la neblina constante no deja ver con claridad las montañas circundantes. Las casas alrededor del
templo son muy antiguas, de ladrillo oscuro con ventanas de marcos tallados y celosías que son verdaderas obras de arte.
Allí vive la gente del templo y del cuento. Hay lugareños encendiendo velitas para los altares o sentados esperando vender alguno
de los muchos souvenirs que exponen en las puertas. Los que no venden, claro, son los perros que duermen a la sombra en cualquier
esquina, los monos que hay robando la comida de los altares, los restos de las barras de incienso y basura o incluso esqueletos de
monos que te encuentras abandonados, como quien no quiere la cosa…Esta señores, es la parte que ¡NO TE CUENTAN EN LAS AGENCIAS DE
VIAJES!
Otra característica típica de los templos de Nepal son las hileras con telas de colores que cuelgan desde la punta de las bóvedas
hasta los árboles o edificios vecinos. Los papelitos son en realidad oraciones de los fieles que se cuelgan al viento en espera de
que las lean los dioses y se cumplan. Son vistosísimas y dan un aire a la vez alegre y un tanto místico.
Al bajar picamos en un puestecillo y compramos unos colgantes para Sara y Ainhoa. Nuestro taxista ha aparcado estratégicamente a pleno
sol, con lo que nos cocemos al entrar dentro. Recordemos que el vehículo se cae a trozos, lleva alfombras para cubrir los asientos,
no tiene casi amortiguadores, está todo destartalado por dentro y NO tiene aire acondicionado. Pero es que no hay mucha opción, todo
lo que vemos a nuestro alrededor, es parecido.
El segundo complejo de templos que visitamos no tiene mucho de particular. Lo que se puede ver está en deplorables condiciones y lo
que merecería un poco la pena está vetado a los no hindúes. De modo que pasamos por caja, paseamos por los alrededores rodeados de
falsos brahamanes en taparrabos y pintarrajeados de arriba abajo que te piden dinero por fotografiarte con ellos. Accedemos a un área
frente al río en la que se están haciendo cremaciones. Como en Varanasi, hay unas pequeñas plataformas donde se depositan los cadáveres
envueltos en una tela de gasa blanca sobre la pila de leña. Los familiares realizan un ceremonioso ritual en el que rodean al difunto
varias veces y le ponen encima objetos simbolizando lo que le gustaba, como tabaco, comida o libros. Acto seguido, encienden la leña
y contemplan la cremación.
Curiosamente las cremaciones se ven mucho mejor y más cerca aquí que en Varanasi. La que realiza el rito es una mujer afligida que
en un momento dado descubre el rostro del difunto. Nos impresiona ver que es un chico muy joven de no más de treinta años. Es imposible
no sentir pena y meditar sobre el sentido de la vida y lo unido que va a la suerte de donde te haya tocado nacer. También da que pensar
el ver a una familia despidiendo a un ser querido mientras un montón de extraños lo observan todo con cierto descaro haciendo fotos
sin parar. Pensativos y un poco decepcionados, atravesamos las calles repletas de tenderetes, evitamos como podemos a los pegajosos
guías y encontramos por fin a nuestro chofer nepalí a los pies de nuestra flamante limosina de tres plazas.
Llegamos a la plaza de Patán. Nuestro querido taxista nos deja en una entrada en la que hay una caseta para pagar entrada. ¿Pero qué
entrada? ¡Si es una plaza pública abierta por todas partes donde entra y sale todo el mundo como Pedro por su casa! Es como si pusieran
casetas para entrar en la Plaza Mayor. Se ponen cafres y no nos quieren dejar pasar, así que caminamos por los alrededores y encontramos
otra entrada a la plaza. Preguntamos a otros extranjeros si han pagado y nos dicen que ni hablar, que ya les habían advertido de que
no les timaran y no pagaran. Adelante, pues.
La plaza está rodeada por unos soportales en ladrillo rojizo con columnas y dinteles de madera tallada con motivos muy llamativos.
En el centro, hay una serie de pagodas de varios pisos de altura con amplios aleros de teja apoyados sobre vigas y arcos de madera
oscura tallados de arriba abajo con motivos divinos. El acceso a los templos es a través de unas escalinatas de piedra decoradas con
estatuas de animales en sus laterales que representan a las distintas deidades. Sobre los tejados de los soportales, las terrazas
de los bares circundantes ofrecen sombra, refrescos y unas vistas primorosas. No podemos resistir la tentación y comemos en una de
ellas. ¡Nos encanta Nepal!
La Pagoda dorada es muy parecida al templo de los monos, pero mucho más grande. Está embutida en una plaza redonda que la rodea y
por la que circulan fieles sin parar con algo parecido a unos rosarios para llevar la cuenta de las oraciones y girando los barriletes
según pasan por ellos. En los edificios circundantes hay tiendas, cafeterías y bares con terrazas. El ambiente es muy agradable. Tan
pronto te encuentras con un grupo de monjes vestidos con sus hábitos naranjas y rojos, como a una señora en harapos, como a toda una
familia orando y dando círculos al unísono.
Hacemos mil fotos y un poco agotados volvemos al hotel. Cenamos en su restaurante junto al jardín y nos acostamos pronto que mañana
hay un viaje largo hasta Bhaktapur y Nagarkot.
11 de abril Rally en cuatro latas por Bhaktapur y Nagarkot
Hoy hemos acordado con el taxista que nos lleve a la histórica villa de Bhaktapur y después al mirador de Nagarkot. Nepal es el país
que tiene más patrimonio de la UNESCO por metro cuadrado. Todos los monumentos que vimos ayer, junto con la plaza de Bhaktapur de
hoy lo son.
Sólo llegar a Bhaktapur con nuestro cuatro latas turbo es más excitante que la peor etapa del París Dakar. Nuestro piloto odia los
atascos por lo que en cuanto ve uno se desvía por el primer atajo de baches que encuentra y allí empieza el concierto de botes interno.
Ya tenemos unos cuantos chichones. Por como lo trata está claro que el coche no debe de ser suyo. A la salida de Katmandú pasamos
cerca del río y junto a la porquería habitual por estos lares, vemos una especie de enormes masas escarlata en el borde de la carretera.
Al preguntar a nuestro amigo, nos comenta que son los restos de la matanza de búfalos que se hace cada madrugada. Y allí dejan los
esqueletos despellejados y ensangrentados hasta sabe Dios qué hora. Cosas de India y Nepal.
La plaza principal de Bhaktapur es muy parecida a la de Patán en cuanto a arquitectura y decoración, sin embargo tiene varias plazas
más anexas que hacen que el conjunto resulte más espectacular. Ésta vez no nos escapamos de pagar entrada y cogemos un guía jovencito
y muy agradable. Nos explica todo sobre las guerras entre las distintas tribus, la fiera competencia entre los reinos de Katmandú
y Bhaktapur, nos muestra el edificio con catorce ventanas que el rey tenía para alojar a sus correspondientes concubinas, las piscinas
internas de los palacios con adornos en oro con formas de cobras gigantes y una historia escabrosa, la del primoroso artesano al que
el rey mandó cortar las manos tras terminar los talles de madera del palacio de modo que no lo pudiera repetir, garantizando así la
unicidad de la obra.
Hace bastante calor así que paramos a tomar un refresco e invitamos a nuestro guía. Tiene la piel cobriza como todos aquí y una simpática
sonrisa. Nos cuenta que es estudiante y que en periodos de vacaciones, baja a la ciudad para ganarse un dinerillo como guía.
Callejeamos por pasillos, soportales y estrechos callejones que van dando a diminutas corralas en las que la gente hace su vida cotidiana.
A la vuelta de una esquina nos encontramos con una gigantesca estructura de madera con ruedas, como un pequeño caballo de Troya. Mide
más de cuatro metros de altura y tiene dos cuerdas enormes en cada lado. Nos explican que ayer hubo una fiesta local en la que varios
cientos de hombres tiran del colosal carro hacia cada lado para ver qué equipo es más fuerte. El caso es que viendo las ruedas
de dos metros de diámetro te imaginas que el carro cuando uno de los equipos ceda a la fuerza del contrario puede coger una cierta
velocidad. Y efectivamente, nos confirma nuestro guía que no es la primera vez que muere gente o atropellada o aplastada en el juego.
“¡Y es que la vida nos ha hecho asín!”
Para llegar al mirador balneario de Nagarkot hay que subir por un puertecito que se las trae. La carretera está en penosas condiciones
y no hacemos más que cruzarnos con autobuses con los techos llenos de gente que van a toda mecha. Se supone que desde la cima de la
colina se tiene una magnífica vista del Himalaya con los Anapurnas en primer plano. El caso es que cuando llegamos arriba hay tanta
neblina que apenas se distinguen las montañas cercanas. Para colmo hay un incendio cerca que no ayuda para la panorámica. Así que
después de darnos la paliza, no vemos nada, pero comemos de lo lindo en una especie de paradorcito que hay al final del puerto. Os
ponemos una foto hecha otro día para que os hagáis a la idea de lo que pudimos ver y no vimos.