El taxista que nos lleva al Palacio de Verano nos tima un poco y nos deja lejos de la entrada. Llegamos avanzado el día porque nos
hemos pasado la mañana en Internet y con llamadas para poder reservar los billetes de Indonesia y Tailandia.
20 de abril Del Palacio de Verano a la Ciudad Olímpica
Tenemos la gran duda de si ir o no a Tailandia. Acaban de pasar las manifestaciones de los camisas rojas y el intento de asesinato
de su líder. La capital tiene declarado el estado de excepción y el tema está muy revuelto. Hay noticias en todos los medios y el
Ministerio de Exteriores recomienda taxativamente no ir a Tailandia. Estamos como en un callejón sin salida. Por un lado no queremos
meternos en ninguna situación peligrosa y por otro visitar el sudeste asiático sin pisar Tailandia es harto complicado. Y sólo tenemos
dos días para decidirnos y sacar los billetes.
Al final decidimos ir primero a Indonesia, para ganar días y esperar a ver cómo siguen los acontecimientos. El resto del mundo tampoco
está demasiado bien: la fiebre porcina en Méjico, las revueltas en Katmandú, y en la India están de elecciones un mes entero; menos
mal que nos hemos “largao”. De prisa y corriendo reservamos en un hotelito con centro de buceo en el norte de la Isla de Bali que
no sabemos muy bien ni dónde está pero estamos agotados de tanta planificación continua y es imposible hilar fino.
Hace un día soleado ideal para la visita a este maravilloso enclave de la sierra pekinesa. A pocos kilómetros de la Ciudad Prohibida,
los emperadores acudían a este palacio de verano a refrescarse de los calores del estío dando paseos por magníficas pasarelas decoradas
en madera y sus acogedores jardines situados alrededor de un enorme lago. Desde la pagoda principal de palacio, situada en lo alto
de una colina, se observan las montañas circundantes sobre las que se yerguen otras pagodas y templos más pequeños en la lejanía.
En mitad de la laguna aparece una isla a la que se accede por un largo puente de piedra apoyado sobre grandes arcos. A última hora
se levanta un fuerte viento. Nos sentamos al borde del lago y posamos involuntariamente para algunos fotógrafos que nos hacen fotos
como de extranjis. Contemplamos el atardecer desde la isla mientras el viento mueve las ramas de los sauces y levanta olas cada
vez más grandes en el agua del lago.
Antes de finalizar el día, nos acercarnos a la Ciudad Olímpica. Con nuestro precario dominio de la lengua autóctona, las pasamos negras
para encontrar un taxi y pedirle que pase primero por una hamburguesería a comprar comida para llevar pues son las seis de la tarde
y aún no hemos comido. El estadio olímpico es una obra maestra de originalidad, e iluminado por la noche impresiona más todavía. También
nos deja boquiabiertos el centro acuático que se asemeja a las celdas de un enjambre azul o la unión poligonal de las pompas de jabón.
La torre de comunicaciones es muy entretenida pues cambia de colores continuamente. En definitiva, la Ciudad Olímpica de Pekín es
un espectáculo de luz y color que hay que visitar al anochecer. Hace un frío que pela pero no nos cansamos de hacer fotos ni Sara
y su hermana de correr por todas las explanadas con las ruedas.
Volvemos en taxi al hotel. Los taxis en Pekín parecen un centro de desintoxicación. Tienen todos unas fundas blancas impolutas en
los asientos y muchos conductores llevan guantes blancos y gorra. En el respaldo de los asientos delanteros hay unas bandejitas con
revistas y con información de la ciudad. Y no se puede ni fumar, ni mucho menos escupir. Igualito que en India, vaya.
21 de abril En la Gran Muralla
Para ir a la Gran Muralla tomamos un autobús local que tarda como una hora y que aunque algo incómodo, es más entretenido. Es un vehículo
moderno y con aire acondicionado pero lo curioso es el personal que abarrota los asientos y los pasillos.
La gran Muralla está construida en las colinas que rodean a la llanura donde se asienta Pekín. Hace poco descubrieron que tenia 2000
Km más de lo que se creía y está en su mayor parte derruida. La parte más visitada es sin embargo la que está en mejor estado y más
reconstruida. Con unos muros de varios metros de ancho y cubiertos de ladrillo, la muralla resultó ser poco defensiva en sus tiempos
pues los centinelas de las torres eran frecuentemente sobornados para permitir el paso. La leyenda dice que en su amalgama también
se utilizaban los huesos de aquellos que morían trabajando en ella.
La gran muralla también sirvió como ruta de transporte a través de las montañas, lo que nos maravilla, pues caminar por el pasillo
que dejan los dos muros es una hazaña mayúscula. Las pendientes son tremendas y en algunos puntos tenemos que subir a cuatro patas,
como en las pirámides de México. Aun en un día seco y bien agarrados a las barandillas, no es difícil caer rodando en algunos tramos.
Así que no nos queremos ni imaginar cómo sería pasar por aquí en pleno invierno en días de lluvia o nieve.
Las vistas desde el trozo de Badaling son extraordinarias y a pesar de no ser fin de semana, la muralla está plagada de turistas chinos.
Curiosamente también hay alguna espontánea americana con mini falda y tacones que ante la incapacidad de moverse, se daría media vuelta
en diez minutos. Y es que para recorrer la muralla hay que vestir casi de safari. Impresiona ver las dimensiones, la altura, el grosor
de los muros. Y lo complicado de su serpenteante trazado que se pierde en las montañas. Uno se imagina a miles de chinos prisioneros
trabajando en su construcción.
Pasamos todo el día allí disfrutando de la muralla. Recorremos un buen trozo y no nos cansamos, la visita nos deja muy buen sabor
de boca. Incluso las niñas admiran su grandeza y se divierten más que nosotros correteando en algunas cuestas. De vez en cuando nos
encontramos alguna sorpresita, como ese pobre campesino que se pone a hacer pis delante de todos o un “pino humano gigante” en medio
de la pasarela. Cuando hay apretones, todo vale. Amén de los: JJJJJJJJJrrGGGJJJJJJJJJJJJJJJJ?¡ZUP! que oímos sin cesar y que muchas
veces obliga a mirar muy bien dónde te sientas.
Vista y recorrida la quinta nueva maravilla del mundo, volvemos a nuestro tranquilo hutong donde nos quedamos observando un ratito
cómo juegan a algo parecido a las damas sobre el suelo de la calle. Todavía es costumbre ver a grupos de hombres agachados de esa
manera tan imposible para nosotros, alrededor de un gran tablero apostando y riendo. En la tele, un canal de música y danza clásicas
chinas dejan embobadas a las niñas. Aunque no entendemos nada nos enganchamos a una telenovela sobre los amoríos de un emperador de
hace siglos. Los decorados, el vestuario y el maquillaje son fuera de serie. Cenamos casi todos los días lo mismo porque
está exquisito: cerdo agridulce con rollitos y arroz chino. Todo con palillos, que las niñas manejan con una destreza increíble.
22 de abril Día tranquilo en el Templo del Cielo
El último día lo pasamos tranquilo. Nos montamos en nuestras bicis y en diez minutos llegamos al parque del Templo del Cielo. ¡Pero
qué maravilla! Ríete tú del Retiro. Con miles de árboles y avenidas grandes, incluso música ambiental, bien cuidado y a lo lejos el
templo de planta circular.
El parque es como un jardín celestial con la primavera a punto de empezar, bancos para admirar y descansar. El templo tiene unas murallas
muy decoradas y forma parte de un complejo con otros tres templos y un altar circular de mármol desde cuyo centro, se supone
que al hablar, la voz sale retumbando a los muretes exteriores. Todo el mundo quiere hacerse la foto del centro del altar y no les
importa fastidiar tu foto para salir ellos, así que ante el “cafrismo universal” Luis hace burla y se pone a hacer el tonto detrás
de todos los modelos para salir en sus fotos también. Nos reímos nosotros y los chinos también, que parecen no entender nada, pero
que al final le aplauden y todo.
REFLEXIONES
Gratamente sorprendidos por esta ciudad que no esperábamos tan moderna y a la vez llena de espíritu tradicional, nos quedamos
con ganas de volver. Pero OJO a los chinos. Se predice que pueden ser la siguiente potencia mundial y a juzgar por lo que hemos visto,
así será. Son muchos, muchísimos y ya viven en el siglo XXI.
CHINA vista por Ainhoa
Me gusto mucho. Todos querían hacerse fotos conmigo.
En el hotel había una serie con unos trajes preciosos. El
templo de verano tiene un lago precioso que me ha gustado. Me ha encantado ir en bicicleta con papá y mamá. China es un país gigante
con muchos jardines y mucha gente que parecen todos iguales. Y nada más. Adiós.