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Volamos a Bangkok vía Hong Kong. Hace ya tiempo que contactamos con Jimmy, un agente de turismo que nos recomendó la pareja de ingleses
que conocimos en casa de Bob y Annette en las Blue Mountains. Él les organizó a ellos todas las estancias y las excursiones durante
su estancia en Tailandia y quedaron satisfechos.
23 y 24 de abril Dos días volando para llegar a Bali
El tal Jimmy viene a buscarnos al aeropuerto. Nada más salir, recibimos una bofetada de calor húmedo. Nos lleva al hotel que él había
reservado y que cambia con una llamada desde el móvil por el camino y la primera en la frente, pues el precio del hotel es dos veces
el normal. Se lo hacemos saber y tras quejarnos en recepción, nos hacen el precio adecuado. Mal empiece Jimmy. La reunión tampoco
es tan productiva como esperábamos y ya hemos perdido la confianza en este tipo, adiós a las esperanzas de que por fin alguien lo
planificase todo por nosotros y pudiéramos descansar un poco. No habrá sido por no intentarlo.
Al día siguiente volamos a Bali vía Kuala Lumpur. Llegamos de noche y cansados. Al salir del aeropuerto, lo de siempre: Sacar dinero
de un cajero y negociar con los taxistas para que nos lleven a Tulamben un pueblo a
El Resort que habíamos reservado desde China un poco a ciegas es más bien familiar y está en una zona bastante aislada. Es precioso,
con dos piscinas, palmeras, plantas, flores, camas con doseles, cortinas de gasa, lucecitas por la noche….al borde mismo del mar.
¡Una maravilla! Al llegar nos presentamos y nos encontramos con que uno de los gerentes se llama Josep y es mallorquín. ¡Qué
alegría poder hablar con alguien español! Nos atienden estupendamente y tenemos una habitación de cuento de hadas.
¡¡POR FIN
UNAS VACACIONES PARA ESTAR TRANQUILOS Y SIN MOVERNOS!!
Del 25 al 30 de abril Buceo y tumbonas en Tulamben
Esta semanita nos la hemos pasado dedicados en cuerpo y alma al pleno disfrute de la vida en su acepción más pura, es decir, ¡NO HACIENDO
NADA! en nuestro entrañable hotelito de Tulamben. Que si una inmersión, que si un bañito en la piscina o en el arrecife y las deliciosas
horas en la tumbona leyendo un libro, hartándonos de “sudokus” o tostándonos bajo el hipnótico sol de siesta.
No hay demasiados turistas y el ambiente es muy familiar. Las niñas reparten el día entre las dos piscinas y nosotros aprovechamos
para jugar todo lo que podemos con ellas y ponernos al día con la programación escolar. Es un hotel de buceadores para buceadores
en el que prácticamente puedes saltar de la cama al océano con las gafas y la botella puestas y ya estás en un jardín de coral repleto
de preciosos pececillos de colores. Entre el mar y la piscina, estamos todo el día en remojo.
A pocos metros de la costa yace el pecio del Liberty, un carguero de guerra americano que fue torpedeado por un submarino japonés
durante la segunda guerra mundial. Está tan cerca y tan poco profundo que lo vemos varias veces todos juntos buceando con el tubo
en superficie. La silueta de la popa con el gigantesco timón es impresionante. Los barcos hundidos son como fantasmas colosales que
duermen su sueño eterno en las profundidades albergando entre sus oxidadas quillas una variedad infinita de vida marina. Las niñas
bucean ya con una facilidad increíble. Sara se sumerge a varios metros sin problemas para ver de cerca los peces payaso (nemos), las
anémonas donde viven o cualquier otra cosa que le llame la atención.
La primera noche tuvimos una cena con danzas balinesas. Hay que reconocer que la indumentaria y el maquillaje son deslumbrantes. Sin
embargo, que quede entre nosotros, la música y el baile son más sosos y aburridos que una sardana, con el perdón de nuestros amigos
del nordeste de España. Aún así, las niñas se quedaron muy sorprendidas e hicieron buenas migas con las bailarinas.
El domingo a primera hora Luis hizo la inmersión del Liberty y volvió encantado. Con razón se considera una de las veinte mejores
del mundo. Y por la noche cenamos en la terracita del bar mientras veíamos la fórmula uno en pantalla gigante. Allí conocimos a Olga
y a Oscar, unos gallego-suizos que acababan de llegar de Zurich y a Sandra y Yolanda, dos cooperantes españolas que trabajan en Timor
Oriental y Palestina. Junto con Josep, juntamos todos los ingredientes para formar la pandilla hispana y no dejar de tomar cervecitas
o cenar juntos alguna que otra noche.
En los alrededores del hotel no hay nada. El pueblo apenas tiene una calle con un par de tiendas y restaurantes. Por la playa nos
cruzamos con los porteadores que ayudan cargando las botellas y el material de submarinismo sobre sus cabezas. Entre ellos, en la
orilla de brillante piedra negra, descansan pintorescas barquitas balinesas de quilla estrecha y barras curvas con flotadores laterales
para evitar zozobrar. Cada mañana se ve a los pescadores volver en sus barcas de velas multicolor izadas al viento y las capturas
de la noche reposando entre hielo sobre las diminutas bodegas.
Y así entre el gran azul, las rayas de las hamacas y el bronceado holgazán, pasamos esta semanita maravillosa con atmósfera vacacional
en Tulamben, un pueblito indonesio de increíbles atardeceres al este de la isla de Bali.
1 de mayo Cambiamos de tercio
Pero estas mini vacaciones no podían durar siempre, resultan excesivamente caras para nuestro presupuesto de viaje y tenemos que pensar
en movernos a un lugar más económico. Nos quedan siete días más, así que nos trasladamos a Sanur la zona sur de la isla donde hay
más oferta hotelera. Reservar alojamiento por Internet ya sabemos que es una lotería y el hostal de cabañitas en que aterrizamos la
primera noche no nos convence mucho, ni por el tamaño de la habitación, ni por el baño un tanto abandonado, ni por…la “CUCA” de siete
centímetros que decide visitarnos justo antes de irnos a dormir (ver foto) ¡Estamos más que decididos! Mañana toca de nuevo tour por
la zona para ver qué encontramos.
Conseguimos un hotel, al borde de la playa y con un “piscinón” a precio razonable. La gozada de estar en temporada baja es que los
precios son más asequibles y puedes negociar mejor, lo que permite mantener nuestro presupuesto a raya. Por otro lado, hay menos ambiente
que en otros meses. El hotel tiene un restaurante en la playa y “EN LA PLAYA” quiere decir que las mesas están literalmente sobre
la arena bajo las palmeras donde corre una brisa deliciosa, y a su vez alejado del soniquete de música balinesa que suena sin parar
en las zonas comunes del hotel. Los camareros y todo el personal de servicio visten trajes típicos de Indonesia. Ellos con falda y
pañuelo en la cabeza y ellas con bonitos vestidos de encaje bastante ajustados.
Sanur es tranquilo y de ambiente cotidiano en el que se mezclan los turistas relajados con las gentes locales. Las familias balinesas
inundan la playa en las tardes de fin de semana. Algunos se bañan vestidos (son musulmanes), otros improvisan barbacoas sobre la arena
de la playa y casi todos intentan venderte algo. Kuta, la capital, y Nusa Dua son zonas mucho más turísticas llenas de resorts, tiendas
de lujo y paraísos tropicales para que los guiris se dejen los dólares, sobre todo en cervezas.
Como muchos recordaréis, en el año 2002 los terroristas islámicos explosionaron dos bombas en Bali que mataron a cientos de turistas,
la mayoría australianos. Esto hizo mucho daño a la industria turística de la isla. Los efectos fueron de tal calibre que cerraron
muchos hoteles, restaurantes y negocios obligando a gran parte de la población a buscar otros empleos e incluso emigrar a otros países.
Ketuk, nuestro taxista-guía particular, fue uno de ellos y optó por irse a trabajar en un trasatlántico de la Royal Caribean. Otros
diversificaron como pudieron, cambiando el restaurante por un taxi o volviendo al cultivo del arroz. Poco a poco, Bali va saliendo
del hoyo y levantando cabeza. Están bien organizados y la oferta turística es buena. Muchas instalaciones son bastante nuevas y hay
mucha inversión extranjera.
Desde luego el paisaje merece la pena. Bosques tropicales y planicies de arrozales descendiendo por las laderas de los volcanes rodeados
de playas magníficas por todas partes. Pero lo que más nos ha gustado de Bali es que han sabido mantener su idiosincrasia, su espíritu
autóctono y su ritmo de vida sin ceder de una manera exagerada a la obligación de hacerlo todo por y para el turista. Nosotros personalmente
preferimos un restaurante balines que ofrezca comida local, aún soportando la insufrible tabarra de la música balinesa, que oyendo
el “Hotel California” por enésima vez en una cadena de comida internacional, o pasear junto a los balineses por la vereda que se extiende
entre los hoteles y la orilla del mar, que estar en la playa privada de un resort atiborrada de guiris, rojos como cangrejos y borrachos
a todas horas. Bali es distinto, nos da la sensación de que el lugar es de todos y no EXCLUSIVO para los turistas.
Los balineses son amables, muy sonrientes y aunque parecen lentos parra moverse, no lo son para negociar. El calor de estas latitudes
aplatana la mente y eso hace que el ambiente en general sea muy calmado. No hay prisas, todo está bien, yo no me enfado, Sawasdee
(saludo) y wai (gesto de saludo con las manos juntas) que yo no me estreso. Lo que nos parece estupendo pues esta actitud junto a
la alimentación a base de arroz, alarga sin duda la vida.