14 de mayo Rumbo a las islas Phi Phi
Empacamos lo justo en la maletita de las niñas para pasar tres días en las islas Phi Phi y dejamos el resto en la recepción del hotel. Compramos
los billetes del ferry que incluyen la recogida en nuestro hotel con un taxi que resulta ser una multi space de esas. El ferry tarda
como unas dos horas en cruzar hasta Ko Phi Phi Don, la isla principal que aún así es pequeña, muy pequeña.
El puerto se encuentra en la parte sur de un istmo que une las dos partes montañosas de la isla. Lo que hace tiempo debía ser una pequeña aldea se ha convertido en un pueblo de callejuelas, bares, tiendas de souvenirs y mucho bullicio. No hay apenas coches y cuando vienen a recogernos para llevarnos a las cabañas nos encontramos con que el servicio de traslado desde el puerto al hotel consiste en un tipo que trae un carro para llevar todas las maletas. Las niñas se meten dentro también, atravesamos el pueblo y empezamos a subir por una colina hasta que divisamos nuestros bungalows: unas cabañas de bambú milagrosamente encaramadas en la ladera de la montaña y frente a una pequeña presa vacía. De nuevo, otro de nuestros sitios reservados por Internet.
En fin, nos da pereza y para tres noches no nos merece la pena buscar otro sitio así que nos quedarnos aquí a disfrutar de la isla
a pesar de que llueve a mares. Por la tarde despeja un poco y paseamos por la playa, donde por la noche hay “full moon parties” o
fiestas de la luna llena cada día. El centro del pueblo rebosa de ruido y gente a partir de las diez de la noche, pero el “chunda
chunda” que llega hasta la habitación viene de la playa. El ambiente pretende ser muy hippie, de turismo barato, aunque hay unos cuantos
complejos de superlujo….pero en realidad lo que hay es mucho alcohol y escándalo nocturno a diario que no entendemos cómo pueden aguantar
los lugareños.
El pueblecillo es en realidad un cúmulo de negocios en mínimos tenderetes que ofrecen Internet, cócteles, comida o inmersiones que
son bastante caras y Luis no está muy decidido… hasta que encontramos un club en el que nos atienden muy bien y donde prácticamente
te garantizan ver tiburón ballena, pues llevan diez días seguidos viéndolo en el mismo sitio. Es la excursión más cara de todas pero
como tenemos pendiente su regalo de cumpleaños, al final la contratamos.
16 de mayo La playa de " La Playa"
Contratamos a un barquero para nosotros solos todo el día. Aún así intenta “acoplarnos” a otros turistas en el mismo momento del embarque,
a lo cual nos negamos. La primera parada que hacemos en nuestra barquita es en Ko Phi Phi Lee, la archi-famosa isla de la película
“La Playa” que precisamente por su fama está a rebosar. Como no tenemos prisa, esperamos a que se vayan los tours ovejeros y nos quedamos
casi solos en la playa. La verdad es que la vista es espectacularmente paradisíaca, una playa de arena suave y blanquísima con un
agua transparente de color verde esmeralda y como abrazada desde la arena por unos enormes riscos montañosos. Ainhoa se queda dormida
y le improvisamos un chiringuito con unos palos y nuestra prenda favorita: el pareo.
De la playa de “LA PLAYA” nos vamos a hacer buceo con tubo a espaldas de la isla en una especie de bahía escondida donde el agua no
puede ser más cristalina. Desde la barca se ven tooooodos los peces de colores. Las niñas, ya expertas, son capaces de buscar y encontrar
cada pez, estrella y animalillos mil que hay debajo del líquido elemento. ¡Se sumergen a ver los peces payaso en las anémonas, los
enormes erizos multicolor o los peces trompeta. Casi seguro que serán buceadoras las dos.
La siguiente visita es la laguna de cristal, otro escondite para barcos y yates. Una bahía de aguas tranquilas rodeada de unos peñascos
verticales impresionantes de los que cuelgan como lianas frondosos brotes de vegetación. Hay un silencio sepulcral y estamos solos
con otra barca. Nos relajamos y disfrutamos al máximo de este paraíso imaginado por Dioses hace mucho tiempo.
Antes de abandonar la isla pasamos por delante de una cueva gigante que hace unos años se podía visitar pero ya no. Antiguamente servía
de refugio a los piratas y hoy a las golondrinas. Los lugareños viven dentro de la cueva y montan una especie de andamios gigantes
de bambú para coger sus nidos y exportarlos a los restaurantes japoneses donde se prepara la famosa sopa de nido de golondrina.
Volvemos hacia nuestra isla Ko Phi Phi Don y la rodeamos por el este para llegar a una playa desierta en la que comemos de pic-nic.
La playa, de difícil acceso por tierra, es de postal; con palmeras altas, un pequeño chiringuito, arena blanca, agua transparente
y totalmente vacía para nosotros. Las niñas juegan a tirarse desde la barca mientras les hacemos fotos de portada de revista de viajes.
Mientras terminamos de comer, nuestro barquero nos cuenta cómo fue lo del tsunami que se llevó por delante a 700 personas de la isla.
Antes no estaban preparados para los desastres naturales pero ahora hay carteles indicando vías de escape en caso de tsunami por todo
el pueblo, un refugio en la colina y un sistema de alarmas. El hombre se encontraba sobre su barca en la orilla cuando de repente
vio que el agua desapareció; como si la marea bajara de golpe cientos de metros mar adentro. Aunque ignoraba lo que ocurría,
su instinto le dijo que aquello no podía ser bueno y salió corriendo para avisar a su mujer. Al mirar atrás vio una monumental ola
acercarse a lo lejos y corrieron ambos colina arriba. Nos contó que mucha gente murió porque estaban “con el ordenador” en los Internet
cafés y no se enteraron de nada. El asunto es que nadie dio la voz de alarma porque nadie sabía lo que estaba pasando. Entre los muertos
hubo muchos niños.
Rodeamos rumbo noreste lo que nos quedaba de isla y vemos por el camino algunos complejos de lujo muy aislados. Llegamos cansados
pero muy contentos de haber tenido tanta suerte con el tiempo y de haber disfrutado de la excursión. Con la inmersión de Luis, sin
duda lo mejor de nuestra visita a Phi Phi.
Aunque la habitación es sencilla, hay piscina e incluye desayuno; el servicio es bastante malo. Hay que pedir hasta el papel higiénico
y te lo dan todo con cuenta gotas, empezando por las toallas y acabando por la mermelada. Debe ser que estamos en temporada baja y
que hay que ahorrar en costes pero ¡no cobrándote la mermelada aparte! O si te tomas el zumo, te cobran el café y viceversa.
15 de mayo Inmersión con el Tibuón Ballena
Luis se va de madrugada a hacer la inmersión y Amaya se queda con las niñas rezando para que lo vea porque después de haberse
decepcionado bastante con la barrera de coral en Australia y de lo que nos va a costar esta, esperamos que merezca la pena. Mientras,
las niñas y Amaya pasan el día en la piscina y de compritas.
Y… ¡Si, si siiiiiiii, lo han visto! cuando vuelven nos cuenta con mucho entusiasmo la inmersión y conocemos a otros españoles
que han ido en el mismo barco. La visión parece haber sido memorable. No todos los días levantas la vista y te encuentras sobre ti
una gigantesca silueta de más de nueve metros nadando en calma cerca de la superficie. Los sonajeros de buceo empiezan a sonar por
todas partes y los buceadores nos agolpamos ante el mastodóntico escualo.
El Tiburón parece avanzar despacio, sin embargo es difícil seguirle el ritmo aleteando. La visibilidad es muy buena y podemos verlo con todo detalle, aunque desaparece en el azul enseguida. A los pocos minutos vemos como vuelve, esta vez de frente. Las dimensiones son extraordinarias y ver la boca del tiburón ante tus ojos quita la respiración. Su lomo es rayado en distintos tonos de azul y salpicado de pequeños puntos de color claro. Un animal increíblemente bello. Tres rémoras enormes lo acompañan en su danza submarina. El tiburón viene y va una y otra vez durante más de media hora, atraído probablemente por las burbujas de las botellas. Pasa tan cerca de nosotros que hasta podemos tocarlo.
En una de las ocasiones gira frente a mí y me cuesta esquivarlo. Lo tengo apenas a diez centímetros de distancia y observo cómo me
mira. Al alejarse no puedo resistir la tentación y le acaricio suavemente el lomo y la aleta trasera. ¡Qué maravilla! Sin duda la
mejor inmersión que he hecho nunca y una de las mejores experiencias de mi vida. ¡Un magnífico regalo de cumpleaños que recordaré
siempre!