13 de octubre Recorremos Chichen Itzá
Otras construcciones como el templo de las mil columnas, el templo de las monjas, el observatorio, o el juego de pelota son también
extraordinarios. El observatorio por ejemplo es la única construcción circular que se conoce de la cultura maya y el juego de pelota
de Chichén es el más grande encontrado hasta ahora. Además está tan perfectamente construido que en su interior la acústica es casi
perfecta. La verdad es que estar en Chichén Itzá es mágico. Te tele-transporta e imaginas esa época en la que los chamanes Itzaes
controlaban el movimiento de las estrellas y eran capaces de prever el tiempo, planificar las cosechas y diseñar uno de los calendarios
más perfectos que se conocen. La cultura maya me fascina y podría estar hablando de ellos horas, de sus ritos, de los cenotes secretos
y de sus famosos códices, pero dejo ya de daros la tabarra.
Las niñas atienden a algunas cosas pero al rato empiezan a aburrirse un poco. Lo que saben de los mayas es de la peli "El Dorado"
y lo relacionan enseguida, pero es muy difícil que sigan todas las explicaciones del guía así que se ponen a correr y a practicar
los sorprendentes efectos acústicos de las pirámides: si das palmas a cierta distancia, el sonido rebota en las escaleras de tal manera
que hace eco imitando el sonido de un pájaro de la selva…
Después de dos horas de visita guiada nos sentamos junto al cenote sagrado a descansar y charlar con nuestros nuevos amigos. Enrique
comenzó a contarnos algunos trazos de su vida que desde luego ha sido de todo menos aburrida. Yo más bien diría que bastante apasionante.
Estudiaba químicas en la Complutense cuando un buen día recibe una pequeña herencia de un tío suyo, se lía la manta a la cabeza, lo
deja todo y se larga a la India por tiempo indefinido. Allí tuvo un negocio de transporte durante algún tiempo, pero en uno de sus
viajes se le quemó el camión cerca de Afganistán y se quedó con lo puesto, sin un duro y sin documentación. Así que estuvo más de
un año viviendo en la calle en India subsistiendo de lo que podía sacar de aquí y allá. Nos dijo que aunque parezca sorprendente,
no le faltó de comer ni un solo día. Cambió todo su rango de prioridades y ahí comenzó su relación con la vida mística. En otra etapa
de su vida estuvo de aprendiz junto con el hijo de un hechicero maya viviendo en un poblado en medio de la selva mejicana; en otra
se fue con unos alemanes que compraron un terreno en lo más perdido de la jungla para crear un centro de meditación y también hubo
un tiempo en que vivió del comercio de artesanía en Brasil, eso por mencionar lo principal de lo que me acuerdo. Un tío sin duda muy
interesante y con unas experiencias fuera de lo habitual. Tiene 3 hijos de tres mujeres distintas y ahora lleva ya diez años con esta
chica de la que no recordamos el nombre. Ella es psicóloga especialista en técnicas corporales y él en tarot terapéutico y ambos se
dedican a dar cursos y conferencias por todo el mundo sobre el tema.
El caso es que entramos en buena sintonía con ellos y quedamos después de comer para ir a ver un cenote cercano en una población indígena
llamada Yashuná. Nosotros volvimos al hotel a refrescarnos un poco con un baño en la piscina y nos fuimos al pueblo a comer en uno
de los muchos restaurantes que hay en la zona que dan un menú de buffet a los grupos de turistas. Era muy barato e incluía un espectáculo
de bailes mejicanos tradicionales mientras comes. Una de las danzas más sorprendentes es en la que las mujeres colocan bandejas con
vasos y botellas sobre su cabeza y bailan haciéndolas girar sin que se caigan. A las niñas les encantó y se hicieron varias fotos
con las bailarinas. A eso de las 3 salimos a la puerta de la iglesia del pueblo donde habíamos quedado con Enrique y pareja para ver
el cenote.
Les seguimos por una carreterucha a un poblado donde tuvimos que ir a pedir la llave de la verja para acceder al cenote a un tal Jacinto,
un artesano que vive en una palapa cercana. Nos llevó al cenote y Enrique, el primer valiente se bañó enseguida. Detrás le siguieron
las niñas mientras la brasileña y yo observábamos desde lo alto. El cenote es muy profundo y está totalmente cubierto por los árboles
que alargan sus raíces desde el borde para llegar al agua. Para entrar al agua hay que bajar unos diez metros por una escalera metálica.
La verdad es que al principio da un poco de miedo.
Al rato, de repente se oscureció y empezó el chaparrón. A los dos minutos apareció una cascada por el borde del cenote, pero de barro
¡Así que corrimos al abrigo de un saliente de las rocas a guarecernos. Y allí estábamos todos: Jacinto, la pareja de Brasil y nosotros,
apelotonaditos en una pequeña oquedad de la roca, en bañador esperando que amainara un poco porque eso no era llover, era diluviar,
mientras Enrique le daba una charla a Jacinto de cómo montar una cooperativa que rompiera con la opresión de los intermediarios de
la artesanía en Chichen Itzá.
Amaya multifunción llevaba de todo, bañadores, una toalla y hasta los chubasqueros. Cuando salimos del cenote después de media hora
y pensando que seguía diluviando resulta que fuera ya no llovía. Nos despedimos de nuestros amigos con la esperanza de volver a vernos
en Tulúm y nos fuimos al hotel. Sin lugar a duda un día muy especial y completo con toda una aventura digna de recordar para siempre.
14 de octubre Camino a Tulum
Hoy, después de disfrutar de la piscina del hotel por la mañana, emprendimos camino a Tulum. Lo que nos dijeron que podían ser 4 horas
de viaje resultó ser hora y media. Según nos acercábamos a la costa nos fuimos adentrando en una tormenta cada vez más intensa. Al
llegar a Tulum buscamos las idílicas cabañitas en las que nos alojamos hace 10 años y que resultó que ya no existían. Para nuestra
decepción, ni esas ni las demás, medio llovía y lo que queda son hotelitos con habitaciones que imitan a las cabañas pero más modernos
y que resultan carísimos. Así que la otra meca de los hippies de la zona ya no es tal. Buscamos restaurantes para comer y lo mismo,
todos con precios para americanos. Comimos en un buffet del pueblo bastante bien y muy económico.
Por la tarde nos acercamos a Akumal para buscar hotel pero apenas encontrarnos ya que es una zona residencial de apartamentos y hoteles
caros. En estas el coche empieza a hacer un ruido raro. Se ha desprendido una pieza de plástico que cubre los bajos y va arrastrando
por la carretera. Intentamos repararlo pero no podemos, así que nos damos media vuelta y volvemos al pueblo de Tulum para cambiar
el coche en Hertz. Entre pitos y flautas son las 8 de la tarde, diluvia, no tenemos hotel y no hemos cenado. Nos cambian el coche
y por fin encontramos un hotel cerquita con piscina e Internet y cenamos allí mismo.
Por la noche pensamos en alternativas para los siguientes días del viaje porque hemos visto en las previsiones que hay un frente frío
en el golfo de Méjico y que va a hacer muy mal tiempo en todas partes. Tras evaluar un par de opciones y como el tiempo es en realidad
impredecible y tan pronto sale el sol como se pone a diluviar, decidimos seguir el itinerario original y continuar hacia Belice para
luego entrar en Guatemala.
15 de octubre En Punta Allen y en la Reserva de la Biosfera de Sian ka´an
Amanece medio bueno y Luis está empeñado en ir a Punta Allen, una aldea que se encuentra al final de una estrecha lengua de tierra
de 56 km de largo y unos 300 metros de ancho que se extiende al sur de Tulúm entre el mar y una enorme zona pantanosa que en su conjunto
forman el parque nacional de Sian Ka´an, reserva mundial de la biosfera.
La carretera sólo está asfaltada hasta el km 12, pues el resto de los 44 km hasta Punta Allen son de tierra en condiciones bastante
malas. De camino paramos en el centro de visitantes, que está desierto y en el que hay una torreta de madera a modo de mirador cuya
estabilidad ofrece dudas razonables y que para más INRI oscila bastante debido al viento. Una vez arriba las vistas son espectaculares.
A un lado la jungla con sus palmeras llegando hasta la orilla del mar que cubre la totalidad del horizonte y al otro un conjunto de
lagunas y pequeñas islas formando unas marismas preciosas.
Lo que al principio nos hace mucha gracia porque parece un rally, se convierte en bastante pesado cuando llevas hora y media dando
tumbos por un camino lleno de hoyos y charcos. Nos cruzamos con un par de coches y camiones a los que preguntamos cuanto faltaba.
Uno de ellos nos dice que nos faltan unos 20 km de distancia y en tiempo una hora. Pensamos que algo falla, PERO NO, tardamos más
de una hora en hacer el último tramo.
Punta Allen es un antiguo pueblo de pescadores al que sólo llegan cuatro aventureros como nosotros y los grupos de actividades de
los hoteles que les llevan de excursión por la selva en jeeps todo terreno: "Descubre en una aventura la flora y la fauna de la jungla
maya y come en un típico pueblo de pescadores y bla, bla, bla" ya sabéis… Es también un lugar apreciado por el turismo de pesca deportiva
en los restaurantes se ven fotos de turistas pescadores sujetando enormes Dorados y algún que otro Marlin Azul (o pez espada).
Comimos en un chiringuito de la playa y buscamos alojamiento. Hay solo tres hoteles de cabañas en todo el pueblo y convencemos a la
gerente de uno de ellos para que nos deje pasar la noche a casi la mitad de precio. La cabañita es de ensueño. Es la mitad de madera
y la mitad de construcción en yeso blanco y está llena de sencillos detallitos de decoración que le dan un aire muy acogedor. Las
paredes del baño tienen botellas de cristal de distintos colores incrustadas en la pared que cambian la tonalidad de la luz que las
atraviesa. En la parte de arriba hay una habitación a modo de ático con dos terrazas y a la que se sube por una diminuta escalerita.
Todo es pequeñito, como de cuento. Las niñas se enamoran de la casita y juegan a limpiarla y a que son una familia que vive allí.
Por otro lado tiene de todo, cocinita, frigo y todos los cacharros que se puedan imaginar. Los dueños, americanos, pasan unos meses
en USA y en temporada bajan a Punta Allen a regentar sus tres casitas frente al mar.
Pasamos una tarde deliciosa descansando y disfrutando de nuestra cabañita con vistas al mar y perdida en el fin del mundo, mientras
fuera empezaba a diluviar otra vez. Cenamos una sopita de letras con caldo de pollo de la bodega de la neverita de Amaya. Y pusimos
nuestras mosquiteras por si acaso.