A la vez que cantan y bailan nos cuentan las costumbres del pueblo maorí y el significado de cada una de las danzas. Los Maoríes tenían
fama de ser muy agresivos y eran muy temidos por los conquistadores que tardaron en someterlos. Como siempre aprovecharon las rencillas
que existían entre las diferentes tribus para al final poder dominarlos. De ahí la importancia vital de ser un país unido. A buen
entendedor…
Una de las formas con las que amedrentaban a los extranjeros era dándose fuertes golpes con las manos en las piernas y en el pecho
a la vez que sacaban la lengua y la movían arriba y abajo rápidamente. Esto unido a unos tatuajes un tanto demoníacos les daba un
aspecto realmente violento. Esta danza la escenifica siempre el equipo Neozelandés de la copa América antes de cada competición. La
representación es muy colorida y animada. Cuando termina nos hacemos fotos con los bailarines y hacemos una visita guiada por la villa
que está rodeada de termas y géiseres que utilizan para cocinar, para limpiar, como fuente de agua caliente y muchas otras cosas.
Comemos de picnic en un jardín del puerto y por la tarde visitamos el museo de Rotorúa, un enorme edificio victoriano en el que hay
varias exposiciones, salas de proyección y un ático desde el que se ve toda la ciudad. Amaya y las niñas se meten para adentro mientras
Luis lee algunos libros y hace fotos por los jardines. Al rato empieza a llover. Así que nos volvemos a nuestra casita a descansar
y preparar la cena.
11 de febrero Miss Sulfur y Miss Arsenic en el jardín termal de Wai Ta Pu
El parque de las termas de Wai Ta Pu es, sin lugar a duda, algo fuera de lo normal y muy distinto a unas termas normales. El recorrido
discurre por más de veinticinco conjuntos termales con multitud de lagos y fuentes de mil colores: Verdes, amarillos, naranjas, blancos,
grises o rojizos entremezclados entre si y que le dan al paraje un aspecto de ciencia ficción.
Sara y Ainhoa van muy entretenidas. Han acordado leer cada una un punto de parada del mapa y además no paran de jugar pues Sara, que
lleva una camiseta amarilla, es “Miss Sulfur” que te abrasa en cuanto te toca y Ainhoa, vestida de verde, es “Miss Arsenic” que está
dispuesta a envenenar y matar todo lo que se le acerque. Nosotros aprovechamos para explicarles todo lo que podemos sobre los minerales,
sus colores y formas. De esta manera leen en inglés, aprenden sobre geología y se divierten al mismo tiempo.
A eso de las cuatro hemos llegado a la costa de Mount Moungani una playa de más de
Al final conseguimos un apartamentito algo caro cuya dueña tiene cara de ajo, pero el sitio es muy cuco, se llama “Boatshed apartments”.
Así que lo cogemos por una noche con posibilidad de ampliar a dos más. Todo depende del tiempo pues el pronóstico para los próximos
días es de lluvias y viento, así que según como amanezca mañana decidiremos lo que hacemos.
Ni siquiera nos enfadamos, pues no merece la pena. Desayunamos tan contentos en una mesita de la playa y pensamos que con su pan se
lo coman. Luego pasamos por un Internet café a hacer unas gestiones y de paso les plantamos una referencia negativa a los del “Boatshed”
en el “Trip Advisor”. Se lo tienen bien merecido y así igual evitamos que les hagan lo mismo a otros clientes.
De camino a Whitianga paramos en una cafetería con jardín para descansar y tomar unos helados y nos encontramos con unos monjes budistas
que andan de gira de conferencias por Nueva Zelanda. A las niñas les llaman mucho la atención sus trajes y en seguida nos preguntan
quienes son. Les explicamos que son monjes y los conceptos básicos del budismo, pero como estas oportunidades las pintan calvas, Luis
se acerca y les pide por favor que si podrían explicarles de primera mano a las niñas sobre su religión y costumbres. Los monjes aceptan
encantados y les cuentan a las niñas muchas cosas. Al principio se muestran un poco tímidas, pero en cuanto les cuentan que según
cómo te portes te puedes re-encarnar en un animal, las preguntas surgen sin parar.
Ha sido toda una experiencia en directo que las niñas han absorbido como esponjas. Nosotros por nuestro lado intentaremos visitar
a uno de los maestros budistas cuando vayamos a India, pues da clases en la biblioteca de Nueva Delhi.
Continuamos el viaje por las lentas carreteras kiwis hasta llegar a Whitianga. Es tarde y todos los alojamientos son caros, estamos
en plena temporada alta. Nos quedamos en uno de ellos pensando que el presupuesto empieza a tambalearse.
13 de febrero ¡¡¡ Aquí no hay nadie !!!
Amanece regulín regulán y nos vamos a la playa antes de que se nuble por completo. Somos los únicos. ¡No hay ni un alma! ¿Dónde están
los que llenan los hoteles? ¿Qué temporada alta es esta? Hacemos un cálculo rápido para intentar resolver el misterio. Por ejemplo
en nuestro aparta-hotel sólo tienen cuatro apartamentos, es decir, capacidad para ocho personas y así hay muchos en la ciudad que
es más bien pequeña. Concluimos que tendrán una capacidad máxima de unas doscientas cincuenta camas y entendemos lo de la ocupación
y lo de los precios, pero seguimos sin entender donde está la gente.
Por la tarde mejora el tiempo y nos acercamos a “Cathedral Cove beach”, una playa próxima famosa por sus cuevas y picos dentro del
mar. La playa está un poco oculta y para llegar hay que caminar una media hora. La costa es parecida a la brasileña, con vegetación
hasta la misma orilla, rocas y arena blanca. Cuando llegamos, no nos decepciona. La playa es espectacular con una cueva enorme a la
izquierda que da a otra playa que tiene un penacho picudo de color blanco a pocos metros de la orilla. Es realmente bonita. Luis según
aterriza se mete en el agua a bucear. Al rato sale y nos cuenta que ha visto una raya, unas cuantas sepias y bastantes peces. Hacemos
las fotos de rigor y volvemos a Whitianga.
Cenamos en la terraza de un “fish & chips” admirando un atardecer portentoso. Y cuando Amaya se acerca a sacar al cajero…”fuiisssh”…
se traga la tarjeta. ¡Ala y es viernes! Mañana el banco no abre y nosotros nos vamos el domingo ¿Y ahora qué hacemos? Como tengamos
que esperar a que nos la envíen desde España, vamos listos.
12 de febrero Encuentro budista
A eso de las 10:10h baja el marido de la cara de ajo y nos dice que el pronóstico sigue igual pero que es peor en el norte, a donde
queríamos ir. Nos pregunta un par de veces si nos vamos a quedar y nos dice en ese momento que la hora de salida son las 10h. Le contestamos
que no lo sabíamos y le pedimos que nos de unos minutos para pensarlo y acabar de desayunar. Cinco minutos más tarde subo y le digo
que preferimos seguir hacia el norte y que en un cuarto de hora acabaremos de desayunar y nos iremos. No dice ni “mu”, pero
no han pasado ni tres minutos cuando aparece su mujer con una asistenta y empieza a limpiar el apartamento delante de nosotros con
la excusa de que esperaban huéspedes. Empieza a sacar las cosas de las habitaciones de una manera muy grosera y mal educada. Nos pilla
tan de improviso que apenas podemos reaccionar, así que cogemos las bolsas, las sacamos a la terraza y nos vamos del hotel, no sin
antes hacerle saber al dueño que no nos parecen maneras y es inaceptable que traten así a los clientes.
14 de febrero El día de las tarjetas locas
A primera hora vamos al banco a intentar resolver lo de la tarjeta, pero como nos esperábamos… está cerrado. Luis entra en éxtasis
y se queda con los ojos en blanco mientras sus neuronas procesan en décimas de segundo las diferentes alternativas:
Opción 1:Quedarnos
hasta el lunes cuando abre el banco. Significa pagar un día más de alquiler de coche y una noche extra de hotel… Descartada.
Opción
2. Aguantarnos y esperar a que los abuelos nos traigan la nueva tarjeta dentro de un mes a Japón. Como que no.
Opción 3: Intentamos
localizar al director del banco para que se acerque a la sucursal en sábado, abra el cajero sólo para nosotros y nos entregue la tarjeta.
Uhmm, no suena mal, ¡vamos a intentarlo!
Dicho y hecho, Luis cruza la calle y se dirige a una inmobiliaria. Le cuenta la historia a un vendedor y le pregunta si sabe el nombre
y el teléfono del Director del banco. El hombre le contesta que por su puesto conoce a “Maggy la del banco”, que no tiene su teléfono,
pero que con un par de llamadas nos lo consigue. Y efectivamente, a los pocos minutos nos confirma que ha hablado con Maggy y ya está
de camino, que le esperemos en la puerta del banco. Se lo agradecemos infinito y vamos para allá. Recordemos que estamos en una ciudad
con no más de quinientos habitantes.
Cuando llega la jefa no puede entrar en el edificio del banco porque para abrir son necesarias dos personas. En ese momento cruzaba
oportunamente la calle su compañero Mike. Le pide el favor y los dos se meten para adentro. A los cinco minutos teníamos la tarjeta
en nuestras manos. ¿Qué os parece? Las ventajas de los sitios pequeños… Esto en Sydney no habría tenido solución.
MORALEJA: Si viajas, saca dinero de los cajeros en horario de apertura de lunes a viernes para reclamar la tarjeta en el momento.
Superada la prueba de la tarjeta, cuando paró de llover un poquito, nos fuimos a jugar al mini golf con las niñas. Llegamos allí y
como siempre, no hay ni Dios. Así que llamamos al teléfono que pone en la puerta y el dueño se acerca en coche desde su casa para
abrirnos. ¿Quién va a venir a jugar un sábado gris y lluvioso? Pues la familia nómada.