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Hoy es SAN VALENTIN, así que mientras las niñas juegan con Luis al minigolf, Amaya se acerca al pueblo para tener un detalle con Luis.
Como está todo cerrado menos el video club y el fish and chips de los chinos, opta por el primero y le compra un CD de Fleetwood Mac
para oír en el coche.
A la vuelta, Luis y las niñas están jugando con paraguas. Las tarjetas de apuntar están empapadas y apenas se pueden escribir los
resultados. Las niñas se enrabietan porque son muy competitivas y querían saber quién era la ganadora. Ainhoa se empeña en escribir
con el lápiz hasta que casi rompe el papel. Hoy no parece ser nuestro día con las tarjetas.
De camino al hotel, Luis y las niñas se acercan al súper para comprarle algo a Amaya, mientras ella espera en el coche. Salen con
cara de satisfacción y un par de bolsas misteriosas. Al llegar al apartamento encierran a Amaya en una de las habitaciones y se ponen
a preparar algo secreto en el salón…
Ya al atardecer, dimos los dos un paseo corto por la playa frente al hotel para no dejar a las niñas solas mucho rato y porque el
grajo volaba bajo. Hacía viento, los árboles se agitaban de un lado a otro y las olas rompían con fuerza sobre la arena. El cielo
tenía ese azul limpio e intenso típico tras la tormenta. La luna asomaba por el horizonte y algunas estrellas empezaban a reflejarse
en el mar. Disfrutamos de quince minutillos de paseo relajado y tranquilo.
Y adiós al día de las tarjetas locas. Un día que recordaremos porque con la del banco tuvimos una anécdota que contar, con las del
minigolf nos reímos un buen rato y con las de felicitación nos alegramos de seguir juntos en esta aventura que ya se aproxima a su
Ecuador.
15 de febrero Hot Water Beach
Amanece despejado y con un sol estupendo, así que aprovechamos y volvemos a Cathedral Cove a bucear y hacer más fotos. Pasamos la
mañana allí y en otras dos playas de aguas cristalinas en las que Luis bucea y ve muchos peces. Para comer nos vamos a una zona de
picnic que hay en Hot Water Beach, una playa muy especial en la que durante la marea baja, las aguas termales pasan a pocos metros
bajo la arena y la gente acude con palas para fabricarse sus propios jacuzzis en la misma orilla.
Nosotros nos unimos a los demás y nos construimos una mini piscinita con nuestras propias manos. El agua fluye a alta temperatura,
se está muy calentito y el show resulta muy entretenido. Todo el mundo a tu alrededor está pala en mano construyendo su SPA particular
y saltando dentro de él. Es la única ocasión en la que hemos visto más de cien personas juntas en este país.
16 de febrero SIDNEY por sorpresa. Llegamos a AUSTRALIA
Nos asomamos por la ventana y el cielo está cubierto de nuevo. Decidimos volvernos a Auckland, porque aquí ya no queda mucho que ver.
La carretera, como casi todas, está llena de curvas y el viaje se nos hace eterno. Todavía nos quedan dos días más para estar en la
Isla Norte, pero por el camino comentamos la posibilidad de irnos a Australia porque estamos un poco saturados de Nueva Zelanda.
Según llegamos al aeropuerto preguntamos en Quantas si nos podemos ir en el próximo vuelo y nos dicen que sí. Llamamos al hotel para
anular la reserva que teníamos, devolvemos el coche y ni cortos ni perezosos nos vamos para Sydney. No tenemos reserva alguna, ni
coche, ni hotel, ni nada, pero nos da igual, la aventura es así y nos apetece un cambio.
A eso de las nueve de la noche aterrizamos en Sydney y en el aeropuerto está todo cerrado. Alquilamos un coche y nos acercamos a un
panel de esos con fotos de hoteles y números de teléfono gratuitos para llamar y reservar. Tras media hora de llamadas conseguimos
una habitación familiar en un albergue de Bondi Beach, una de las playas más famosas de la ciudad.
Llegamos sobre las once. Aunque es tarde el ambiente es fabuloso. Un montón de gente de aquí para allá, preparándose la cena, navegando
por Internet o charlando en los sofás de la sala común sobre viajes o la excursión del día anterior. Unos italianos hablan de irse
a Fiji, unos alemanes farfullan emocionados frente a un portátil con fotos de surf y el resto suben o bajan las escaleras sin parar.
Es lo mejor de los albergues, la presencia de extranjeros y su vidilla.
REFLEXIONES: Nueva Zelanda
Llegamos a la conclusión de que en Nueva Zelanda, como en el Norte de Europa, hacer camping es un estilo de vida que NO va asociado
a un bajo nivel económico de vacaciones. Aquí la gente disfruta de la naturaleza y qué mejor forma de hacerlo que en el mismo campo.
Por ello los campings, incluso el más sencillo, están perfectamente equipados. Si a eso añadimos lo limpísimas que están las instalaciones
y lo alucinantemente bien conservadas que están las parcelas, se te quitan las ganas de ir a ningún hotel.
Además es un país muy poco poblado (5 millones, de los que dos terceras partes viven en
La magnificencia de la naturaleza hace que hasta lo más deslucido sea de un deleite visual asombroso. Las montañas de los Alpes del
sur o Milford Sound quitan el hipo, con cascadas, bosques lluviosos, praderas infinitas llenas de vacas, ovejas, caballos y ciervos.
Son escenarios ideales para una historia épica o un cuento de hadas. Hasta demasiado perfecto a veces. Todo está excesivamente
pulcro y en su sitio: las flores, los bordillos, los carteles, hasta las ovejas están demasiado limpias. Las ciudades parecen ficticias,
como de plástico. No olvidemos que el primer asentamiento data de allá por 1865. Apenas cuentan con 100 años de historia.
Hay bastante psicosis con el deterioro del entorno y las normas de todo tipo. Ya os hemos contado lo del Didymo. Los kiwis son bastante
fríos, inseguros y muy suyos. Cualquiera se siente con derecho de decirte lo que tienes que hacer. A Luis le parece que son demasiado
anglosajones en muchos aspectos.
En definitiva, Nueva Zelanda tiene unos paisajes y unos entornos naturales fuera de serie, pero es más aburrido que mirar al suelo
en el Sáhara.
17 de febrero El Hostel de Bondi beach y el primer contacto con Sidney
Por la mañana el Hostel tiene el mismo ambiente o más que por la noche. En el desayuno conocemos a Rafael, un chileno que está de
vacaciones por aquí y a Sonia, una española que lleva varios meses aprendiendo inglés. Charlamos e intercambiamos información sobre
Australia y otros países. El albergue tiene un ático desde el que se divisa la playa de Bondi, una de las favoritas para los surfistas.
Es bonita, pero apenas se ve por la niebla y la lluvia.
El tiempo está un poco pachucho, pero salimos de todas formas a ver la ciudad. Desde Bondi beach nos dirigimos al norte hacia la península
de Watsons Bay desde la que hay unas bonitas vistas de la ciudad. La playa de Camp Cove es un secreto que merece la pena descubrir
y el paseo por sus acantilados hasta el faro de Hornby es impresionante. En algunos puntos las rocas quedan como suspendidas en el
vacío a gran altura sobre el mar. Da vértigo con sólo acercarse. Desde cualquier punto se observa el Skyline de Sydney en el horizonte.
Nos adentramos en la ciudad. Son casi las tres, tenemos hambre y en el centro no hay forma de aparcar. Decidimos probar en el “Fish
Market” un mercado de pescado anexo a la lonja en el que algunos restaurantes venden marisco y pescado fresco. A Luis le encanta y
se pone morado a langosta gratinada y gambas a la plancha mientras las chicas, no tan aficionadas al mar, comparten unos calamares
rebozados y un par de raciones de fish & chips.
Amaya, con lo de su alergia, apenas ha probado bocado. Cerca de Darling Harbour se compra un kebab con el que saciar su apetito y
paseamos por allí. Darling Harbour es una especie de puerto moderno en el que se aglutinan varias atracciones turísticas como el acuario,
un pequeño zoo, el museo marítimo, un cine Imax y varios centros comerciales llenos de restaurantes. Sobre un antiguo puente peatonal
se levanta la plataforma sobre la que circula un tren monorraíl que rodea el puerto y para en el centro. Chispea y lo vemos un poco
de pasada. Es bonito pero demasiado turístico y bastante caro. Las vistas desde el puente son magníficas con un submarino nuclear
y una fragata del museo en primer plano, los ferries saliendo del puerto hacia las islas cercanas y los rascacielos del barrio financiero
al fondo.
Cuando nos hartamos de mojarnos, volvemos al hostel y socializamos. Los italianos han convencido a Sonia para irse a Fiji y de Rafael
no sabemos nada. Estamos considerando lo de Fiji también porque vemos que tenemos demasiados días para Australia, hay que mirar precios.
Suena muy exótico, pero ya veremos.
18 de febrero Sidney a fondo
Abrimos un ojo y al asomarnos por la ventana hay una niebla tan densa que no alcanzamos a ver la calle. Aún así nos vamos para Sydney
de nuevo. Hoy era nuestra última noche en el albergue, ya que hoy dormimos en casa de Robert, un chico de Couchsurfing.
Para cuando llegamos al Opera House, ya se ven grandes huecos azules en el cielo. Está casi despejado. El enigmático y mundialmente
famoso edificio de la ópera de Sydney nos deja boquiabiertos. ¡Es majestuoso! Desde luego su diseño se adelantó a su tiempo y la ubicación
no puede ser más idónea, junto a los jardines botánicos en la punta de Bennelong Point, justo debajo del Harbour Bridge. La panorámica
de la Opera desde la colina del jardín botánico con el puente al fondo es asombrosa. La vista real no desmerece a la mejor de las
postales.
Preguntamos para ir a ver un concierto de Simply Red que hay mañana, pero está todo vendido desde hace semanas. ¡Qué lástima! De allí
atravesamos los muelles de Circular Bay donde nos encontramos a unos indígenas tocando música étnica con unos instrumentos muy extraños.
Uno de ellos nos invita a unirnos al grupo y Ainhoa y Luis no se lo piensan un segundo, se sientan allí entre los indios y se ponen
a tocar con unos palitos de madera. Al rato llegamos al barrio “The Rocks”, el más antiguo de Sydney y por el que se sube al “Harbour
Bridge”. Paseamos por el puente hasta llegar a una de las cuatro torres de piedra que le sirven de soporte y desde la que hay una
perspectiva estupenda de la bahía y la Opera. Hacemos las fotos de rigor y de vuelta comemos en la terraza de uno de los restaurante
en “The Rocks” que también hace de centro de apuestas. Por dentro está lleno de pantallas con carreras de galgos y caballos. En una
de las veces nos volvemos y no podemos evitar las carcajadas. El caballo ganador se llama “Chichi Grande”, tal como suena. Nos dio
tiempo hasta de sacar una foto.