Para completar el día cruzamos el puente en coche hacia la playa de Manly. Paramos primero en “Blues Point Reserve”, un pequeño cabo desde el que se ve la ciudad desde la otra orilla. Las vistas son excepcionales. Nos tumbamos en el césped y disfrutamos del momento mientras las niñas juegan en los columpios.
El barrio de Manly tiene una playa a cada lado. Una gigantesca y otra más pequeña con un puertecito y un pequeño acuario en el que
puedes nadar con tiburones. Nos quedamos en esta última tomando el sol y jugando en la arena. Sobre las siete, las terrazas del puerto
se llenan de “Ausies” (como se llama familiarmente a los australianos) que salen del trabajo y se toman una copa antes de irse para
casa. Nosotros aprovechamos una oferta de dos por uno y cenamos tranquilamente en medio de los yupis trajeados. Al terminar nos sobra
medio kilo de patatas que lanzamos a las gaviotas que esperan como buitres en el muelle. Las niñas disfrutan dándoles de comer y corriendo
entre ellas.
Se oculta el sol y nos dirigimos a casa de Robert y Annette. Es un apartamentito moderno en las afueras. Nos enseñan la habitación
y es fantástica. Estaremos en un cuartito abuhardillado en el ático con una cama doble y dos colchones para las niñas. De lujo vamos.
¡Viva Couchsurfing!
19 de febrero Día en el Royal National Park
En Sydney no tenemos mucho más que ver, la verdad, y además nos apetece salir del entorno urbano y nos vamos al Royal National Park,
un parque costero al sur de Sydney en el que hay un bosque tropical con magníficas playas. En la entrada del parque hay un antiguo
embarcadero y una terraza en la que nos tomamos unos perritos calientes mientras unas cacatúas silvestres no dejan de observarnos.
En cuanto nos despistamos, se acercan a la mesa y nos roban alguna patata frita. Sara y Ainhoa se lo pasan en grande dejándolas al
borde de la mesa y viendo como las cacatúas se acercan sigilosamente mientras ellas se hacen las despistadas.
Al llegar a la playa nos encontramos una pareja de novios haciéndose las fotos de boda en las cascadas. Todo parece normal hasta que
vemos que se meten en el agua con trajes, zapatos y todo. El fotógrafo les hace mil fotos que sin duda quedarán muy originales, pero
había que verlos dándose resbalones en las rocas hasta que conseguían colocarse en la pose definitiva.
La playa de Wattamolla es tan bella que parece irreal. De arena dorada, aguas claras y rodeada por acantilados de tono rojizo sobre
los que crecen frondosas las palmeras. Se encuentra entre el mar y un lago que forman unas cascadas que se precipitan por un saliente
de rocas. Al rato de estar allí, se oye el estrépito de los truenos y comienza a llover. Nos protegemos todos en una pequeña cueva
menos Luis que se queda paseando por el lago y bañándose bajo la lluvia. Nada cerca de la orilla como si hubiera un sol radiante.
Siempre le ha encantado mojarse bajo la tormenta.
Nos percatamos de que las nubes están sólo sobre esta playa, así que cogemos el coche y nos vamos más al sur a probar suerte. Efectivamente,
en “Garie beach”, unos 10km. más abajo, luce el sol. La playa está llena de surfistas y pescadores accidentales. Luis se da un chapuzón
pero vuelve enseguida porque la corriente es muy fuerte. Nos quedamos hasta el atardecer disfrutando de la vista de las olas y compartiendo
la suerte de los pescadores. A las niñas les gusta observar las cañas para ver si pican los peces y mirar en los cubos buscando si
hay peces. Volvemos a casa de Bob y Amaya prepara la cena española de costumbre. Charlamos sobre nuestro día en la playa y sobre couchsurfing.
Tenemos la sensación de que nos van a sobrar días también en Sydney. Si no vives en la ciudad no hay mucho más que hacer. De las atracciones
que nos ofrecen no nos atrae ninguna porque, al igual que Nueva Zelanda el marketing es fabuloso, pero en realidad no hay apenas cosas
interesantes que ver. Mañana vamos a mirar lo de Fiji o si adelantamos el vuelo a Cairns.
20 de febrero Hacia las Blue Mountains
De mañana asaltamos un centro comercial. Nos dividimos en dos comandos con diferentes misiones: La de las chicas buscar unas sandalias
nuevas para Ainhoa y algo de ropa interior para todas; la de los chicos encontrar un viaje barato a Fiji. El comando femenino cumple
su misión a la perfección mientras el equipo masculino fracasa en su intento debido a que Fiji no es como imaginábamos y porque es
temporada de monzones y llueve a mares.
Ambos comandos unen esfuerzos para comer el rancho y acto seguido parten hacia un desembarco en una playa cercana. Nos quitamos los
trajes de guerra y repetimos en “Camp Cove”, la playa del primer día. Es viernes y hay más gente y más niños, ¡menos mal! Pasamos
allí una tarde muy agradable. Sobre las seis nos dirigimos al interior hacia casa de nuestros próximos anfitriones de camino a las
Blue Mountains, un parque nacional a unas dos horas de Sydney.
Por la carretera nos damos cuenta de que es difícil tomar referencias. Aunque apenas se ve a nadie por las calles, hay infinidad de
casas y todo es muy parecido: los cruces, los árboles, los edificios… parece que nunca sales de un pueblo para llegar a otro. A 70
Km y tras UNA HORA Y CUARTO de viaje todavía estamos en los suburbios de las afueras de Sydney. Lo del tráfico es de muerte, no por
el peligro sino por aburrimiento. Son muy estrictos con los límites de velocidad y la máxima es de 110 km/h aunque raramente puedes
pasar de 80. Hay bastantes radares y carteles del tipo: “Sea prudente y conduzca con seguridad” y “Si te pillamos con el radar te
freímos a multas”, pero los accidentes deben ocurrir porque se duermen al volante.
Nos reciben Robert y Annete (Sí, se llaman igual que los de Sydney) en su casita típica americana. En este caso tenemos dos habitaciones.
Una para nosotros con una cama doble y otra para las niñas, aunque sólo por esta noche, pues mañana llegan una parejita de ingleses.
21 de febrero Castañazo en Wentworth Falls
El parque nacional de las Blue Mountains recibe su nombre por el color azulado que parece tener la cordillera al amanecer provocado
por una especie emulsión vaporosa que fluye de los eucaliptos que pueblan sus valles, y son la meca de los excursionistas y montañeros
de fin de semana. El parque es gigantesco y está formado por barrancos enormes de roca calcárea que forman profundos cañones en los
que alterna la flora de monte medio y el bosque tropical. El centro de operaciones del valle es la ciudad de Katoomba.
Cerca de ella hay una ruta impresionante llamada el “National Pass”. Es un paso que discurre a media altura de uno de los cañones.
Caminas literalmente por un hueco excavado de forma natural en la montaña a más de cien metros sobre el suelo. La experiencia es impresionante.
Por si fuera poco, las cataratas de Wentworth caen desde una altura formidable en tres saltos diferentes que vas atravesando según
bajas al desfiladero.
En el final del segundo salto se forma una pequeña poza. Luis no se lo piensa un minuto y se da un baño bajo la cascada. Les enseña
a las niñas unos cangrejos de río e intenta cogerlos, pero se mueven muy rápido. Un rato después, mientras Amaya y las niñas se hacen
fotos, Luis resbala en las rocas del río y al caer se golpea la cara. Cuando se levanta, tiene la mejilla abierta y la ceja también.
No son heridas muy grandes, pero es probable que necesiten puntos, así que interrumpimos nuestra excursión para irnos a la casa de
socorro más cercana.
Por suerte en Katoomba encontramos un hospital bastante decente donde nos atienden y a Luis le ponen tres puntos en la mejilla y dos
en la ceja. No le duele nada y se encuentra bien, aunque un poco molesto y decaído por las consecuencias de un resbalón tan tonto. Cuando llegamos a la casa de Rob y Annette ya han llegado los ingleses. Se llaman Burt y Becky y son muy simpáticos. Amaya cocina
de nuevo la cena de tortilla española y nos juntamos todos en el salón a degustarla.
Tras la típica charla de viajes, nos vamos a la cama. Hoy dormimos algo más estrechos con las niñas en nuestra habitación para dejar
hueco a los nuevos inquilinos.
22 de febrero Doble ración de marsupiales
Escaldados del trekking de ayer preferimos pasar un día tranquilo y nos acercamos a un zoo interactivo en el que predomina la fauna
australiana y en el que puedes tocar y dar de comer a los animales.
Nada más entrar al recinto nos sorprende que apenas haya jaulas y que los animales circulen libremente por los caminillos. Tenemos
canguros, emúes, wallabys (unos canguros más pequeños) y koalas, entre otros. Las niñas no paran y van de aquí para allá alimentándolos
a todos y disfrutando del contacto directo. Ellas aprenden un montón y los mayores también, pues hay un montón de bichos raros que
no habíamos visto nunca: El cassowary que es una especia de avestruz con cresta y cuello de color azul y rojo; el equidna que es como
un erizo grande pero con boca en forma de trompeta y que junto al ornitorrinco es el único mamífero que pone huevos; El bilby, que
es un ratón gigante (o un canguro enano, según como se mire) con orejas enormes; el wombat que es un marsupial mezcla entre oso pequeño
y jabalí pero con la cabeza como aplastada, los dingos que ya conocéis todos y por último una de las estrellas del zoo: el demonio
de Tasmania similar a una rata gigante de color marrón oscuro con cejas pronunciadas, ojos saltones, patas más altas y un pequeño
rabillo. Sus colmillos son impresionantes y sus mandíbulas tienen más fuerza que las de un cocodrilo. Está como nervioso y no para
de moverse de un lado a otro. La verdad es que el famoso dibujo de la Warner le hace justicia y lo representa perfectamente.
A Luis se le ha hinchado la cara y tiene un buen moratón en la mejilla. Ahora le duele más y se toma algún que otro analgésico de
vez en cuando. Por la tarde nos espera la famosa barbacoa de Bob. Ayer, además de unas chuletitas de cordero y unas brochetas de pollo,
compramos también unos filetes de canguro y de emú para probarlos. Bob lo cocina todo mientras los demás ayudamos a Annette con las
ensaladas. Somos nueve en total, pues se ha unido a nosotros Jeremy, un neozelandés de unos sesenta años que suele venir a Australia
para la cosecha de cerezas y de paso se recorre una parte del país en su furgoneta habilitada como caravana.
Cuando está todo listo nos sentamos alrededor de una de las mesas del jardín y comenzamos el banquete. Las niñas prueban todas las
carnes y les encantan. Ni se dan cuenta de si son de canguro, cordero o emú. Están todas deliciosas.
Charlamos mucho con Burt y Becky con los que intercambiamos información vital sobre viajes. Nosotros les pasamos todo lo que sabemos
de Latinoamérica y ellos a nosotros un montón de datos del sudeste asiático. Nos viene de perlas, pues estamos pensando seriamente
contratar una agencia allí para que nos lo dé todo hecho. La planificación continua cansa bastante y en esos países quizá la comunicación
no sea tan fluida. Son una pareja encantadora con la que hemos hecho buenas migas. Mañana volveremos con ellos a caminar por las Blue
Mountains.