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19 de marzo        El viaje a Nara

Hoy nos vamos a Nara, una población al sur de Kyoto con un conjunto de templos magnífico rodeado de jardines en los que pastan libremente corzos y ciervos. De camino aprovechamos para hacer una visita al Sanjusangen-do, un Santuario budista muy distinto a los demás. Se trata de un edificio estrecho y alargado donde se muestran 1001 figuras de oro de Shyba la diosa budista. Delante otras estatuas de bronce representando los nueve vigilantes o dioses principales budistas.

Dato curioso: En sus diáfanos pórticos laterales de más de 100 metros de largo se celebraban competiciones de tiro con arco en los que la diana era un punto rojo pintado en un abanico. Todavía hoy se celebran competiciones femeninas al estilo tradicional en el mismo lugar.

Llegamos a Nara y nada más salir del coche nos encontramos con la primera sorpresa y la mayor atracción del parque; los ciervos que campan a sus anchas entre los visitantes a los que se acercan para pedirles comida o incluso quitársela de los bolsillos. Nos asombramos con el tamaño de los templos de Nara. El primero se levanta en forma de pagoda alargada hasta unos cinco pisos de altura haciendo de puerta de entrada al que se encuentra justo enfrente y en cuyo interior se oculta una gigantesca figura de buda con más de 15 metros de altura. La estatua es impresionante. El Santuario se construyó específicamente para albergar la colosal efigie de modo que hay unas ventanas enormes a la altura de la cabeza para poder ver el cuerpo completo del dios desde la calle.

El resto del complejo lo forman varios templos más discretos en términos de altura pero más amplios en extensión. Entre ellos destaca el de las lámparas en cuyos patios cuelgan centenares de lámparas metálicas de colores oro y verde. En sus columnatas anaranjadas se acumulan tablillas de madera con deseos en todos los idiomas. Curioseando entre las tablillas, encontramos un curioso deseo de algún españolito que nos precedió en la visita. Lo leemos y nos echamos a reír y es que allá donde vamos siempre hay algún compatriota cerca al que oímos alguna expresión típica en castellano, hacer algún comentario gracioso o ¿por qué no? escribirlo en una tablilla japonesa. Somos la bomba.

Comemos de Picnic en una colina cercana y disfrutamos el resto de la tarde paseando por los hermosos jardines rodeados de corzos y recorriendo las estrechas veredas que hay entre los templos y que se encuentran repletas de linternas de piedra y farolillos de colores.

Ya de vuelta a Kyoto, volvemos al barrio de Higashiyama a verlo con más calma. Higashiyama es un tradicional barrio japonés que se extiende desde el templo de Kiyomizu-dera hasta más allá de Gión, la zona de las Geishas y las casas de té. Todas las primaveras celebran la llegada de la nueva estación con un festival de linternas y adornos florales.

 

20 de marzo        Kyoto forever

Otro día de maratón. Y es que no nos queremos dejar nada de esta preciosa ciudad. Por la mañana vemos Kinkakuji o el pabellón dorado, uno de los templos más bellos de la ciudad construido en madera y panelado en oro en su totalidad. Se sitúa a los pies de un lago rodeado de jardines primorosamente cuidados. La silueta del templo se refleja en la superficie del lago creando una imagen de ensueño.

Paseamos hasta los cercanos templos de Ryoanji y Ninnaji, que recorremos rápidamente, pues son bastante parecidos a los de días anteriores. Luis y las niñas se sienten un poco saturados de templos y santuarios, por lo que se van al hotel mientras Amaya y los padres de Luis no se quieren perder el Castillo de Kyoto, donde al fin encuentran un jardín repleto de cerezos en flor, ni tampoco un paseo por los jardines del palacio imperial, ya que el interior no se puede visitar a no ser que tramites un permiso especial con unos días de antelación.

Por la noche, ¿cómo no? volvemos a nuestro querido Higashiyama a empaparnos de los últimos aromas de Kyoto y su barrio más tradicional. ¡POR FIN VEMOS GEISHAS! Es fascinante verlas moverse, como flotando en el aire, todas maquilladas e impecablemente vestidas. Con sólo tres días en esta ciudad, nos vamos todos enamorados de Kyoto y con unas ganas locas de volver. ¡Si no estuviera tan lejos y fuera tan caro! Pero merece la pena. Si alguno estáis pensando en venir a Japón, no lo dudéis, merece MUCHÍSIMO la pena.

21 de marzo        De Kyoto a Tokyo

Este día nos lo pasamos en la autopista de vuelta a Tokyo con nuestra super-furgoneta. Paramos a medio camino a comer de picnic frente al monte Fuji, pero unas nubes lo ocultaban desde casi la mitad. ¡Qué pena! Llegamos a Tokyo ya de noche y sin hotel reservado. Así que mientras las niñas se quedan con los abuelos en el suyo, Luis y Amaya comienzan de nuevo su búsqueda loca de hotel a la desesperada. Un par de horas después volvemos los tres, Amaya Luis y el GPS, con un buen dolor de circuitos pero con un hotel en el bolsillo.

.- ¡Hala niñas, a iniciar la mudanza y a descansar que mañana comenzamos con Tokyo, la capital!

Esto, e..e..e..e…esto es todo amigos. Hasta mañana.

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En Nara se encuentran algunos del os templos y estatuas hechos en madera más grandes del Mundo

Las calles se iluminan con farolillos en el suelo (linternas) y las tiendas y restaurantes abren hasta tarde. Es todo un espectáculo pasear por allí en la noche. Dos pagodas preciosas se levantan a los pies de varios jardines y lagos realmente bonitos.

 

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Bandas de músicos infantiles recorren las callejuelas haciendo tronar sus tambores, mientras no muy lejos en un jardín cercano, se representa una obra de teatro con la vestimenta tradicional japonesa mientras un cuarteto ameniza con música de fondo. Higashiyama es en esencia el Japón que esperábamos ver y es sin duda lo que más nos ha gustado por ahora de nuestra visita a este paradigmático y encantador país.

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Desde luego, una foto para el recuerdo
Paseando por Kyoto, sobre todo por el barrio de Gion, no es difícil encontrarse con aprendices de geishas vestidas y maquilladas primorosamente

22 de marzo        Tokyo, demencia fetichista

Tokyo es completamente diferente a Kyoto. La capital está llena de tribus urbanas a cual más extravagante que deambulan por la ciudad sin el menor sentido del ridículo. El barrio de Shibuya es uno de los lugares donde la locura fetichista alcanza sus cotas máximas. En la zona cercana a la estación, calles laberínticas inundadas de tiendas se multiplican por doquier y la población gusta disfrazarse de personajes de cómic manga, de princesa Sissi, de estrella del rock  o de Pretty Cure. Sólo pasear por su mercado es todo un espectáculo.

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Las distintas boutiques intentan cubrir los gustos hiper-espaciales de sus clientes y tan pronto ves un traje de puntillas en un maniquí con cara de conejo, como una japonesa con medias de rayas de dos colores distintos en cada pierna, un japonés disfrazado de Doraemon u otro con indumentaria similar a la de los Power Ranger. Vuelves la cabeza a un lado y te encuentras una chica en un cajero vestida como Laura Ingels, la de la casa de la pradera, la giras al otro y ves a un montón de gente haciendo cola para entrar en el metro. La mentalidad japonesa es distinta. Son imaginativos y les encanta sentirse diferentes. Otro espectáculo son los psicodélicos peinados; engominados en formas y colores imposibles.

Como un oasis dentro de toda esta bacanal hortera y consumista aparece el templo de Meiji rodeado de un bonito parque. Hoy es domingo y tenemos la suerte de presenciar una ceremonia de boda tradicional japonesa. Los novios caminan sigilosamente tras los sacerdotes  y sus patriarcas hacia el altar. Todos visten indumentaria tradicional japonesa. Es como viajar en el  tiempo a la edad media o estar en una película de samuráis. Es curioso, al otro lado del muro la algarabía y la juventud disfrazada de futurismo mientras a este lado, el templo, el silencio y la calma de ceremonias medievales.

En el mismo Tokyo, y a escasos metros, podemos encontrarnos dos mundos totalmente distintos. Estos contrastes brutales definen al Japón del S. XXI

Comemos de pinchos en la calle, paseamos por un lago con embarcadero y por la tarde investigamos las calles de Akihabara con sus tiendas de electrónica y edificios dedicados por completo a los videojuegos y a la literatura manga. Entramos en la torre de Taito World que tiene nada menos que siete pisos de videojuegos. A cada planta que subimos, nos sorprendemos más. Desde máquinas gigantes de cataratas de monedas, hasta juegos en los que tocar la guitarra eléctrica, el tambor, la batería o formar un grupo de rock al completo, hasta los últimos simuladores en los que te metes dentro de un huevo donde una imagen virtual de 360º se presenta frente a ti. En realidad estás dentro de un Transformer gigante luchando frente a otros robots que dirigen tus amigos en cabinas anexas y todos disparando en un campo de batalla virtual con armas de ciencia ficción. ¡La bomba, os lo aseguramos!

En otras secciones hay máquinas en las que puedes jugar a juegos de rol con tu propio taco de cartas. Organizas tus ejércitos de gnomos, magos o personajes de dragones y mazmorras, pones las cartas sobre una mesa transparente y mueves las manos sobre ellas para luchar con tus oponentes. Verles jugar es impresionante. La mayoría de los videojuegos son exclusivos para el mercado japonés. Y los que no, tienen gráficos mucho más avanzados que los que se ven en Europa. Al fin y al cabo estamos en la tierra madre de los diseñadores de videojuegos. Nombres como Electronic Arts, Sega o Taito por mencionar algunos de los líderes mundiales en videojuegos, son todas compañías niponas.

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En la última planta nos espera la mayor de las sorpresas. Está llena de máquinas de fotomatón. Hasta aquí todo normal, pero lo impactante es que estamos rodeados de chicas adolescentes vestidas de vampirellas y supermodelos. Hay unos vestuarios y camerinos en los que te puedes vestir con trajes hiper-modernos, tacones de aguja, botas de cuero hasta las rodillas o todo lo que os podáis imaginar. Una vez maquilladas y vestidas para la ocasión se hacen fotos sin parar junto a sus amigas. La sección está abierta a todos los públicos hasta las diez de la noche, a partir de esa hora sólo pueden entrar mayores de 18 años. ¡No queremos imaginarnos las fotos que se harán por la noche!

Las niñas se lo pasan en grande en esta ciudad apasionante y bastante loca
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